De entre los muchos pasajes memorables de la Biblia, hay uno que me lleva a continuas reflexiones. Bueno, se trata más de un personaje que de una escena concreta: Jacob.

La historia de aquella pareja de cubanos se las traía. Los conocí en un locutorio (o cibercafé, como los llaman en España) de Quito, en Ecuador.

No viene mal escuchar al Papa. Es más, nos conviene. Lo que pasa es que nos cuesta hacerlo. Ojo, no creo que esto sea por mala intención, sino más bien por mera desinformación.

Dicen algunos abuelos, e incluso los padres de muchas familias, que la nuestra es una “generación perdida”.

Nadie tiene la fórmula mágica para la alegría. Ojalá existiera una pastilla que nos proporcionara la paz y la felicidad que el cuerpo y el alma querrían cada vez que experimentamos un revés, sufrimos una injusticia o vivimos una tragedia.

Hace pocas semanas terminaron los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Reconozco no haber estado tan pegado a la pantalla desde hacía años.

La situación de España va a peor. No hace falta ser un estudioso de la economía ni un doctor en matemáticas para percibir que las circunstancias laborales ahora mismo son muy, muy delicadas.