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Cuando algo falla

Pero no. La cosa es más complicada que una simple receta médica. En una de mis películas preferidas, el protagonista, alicaído y poco entusiasta, afirma que “la vida es una selva”. Recurro a esa frase con frecuencia, porque de un modo bien sencillo se habla de algo bien profundo: que en nuestro paso por este mundo hay muchos animales - o sea, obstáculos y situaciones - que tratan de frenarnos, de confundirnos, de hacernos perder el rumbo y el ánimo. En una palabra, de desesperanzarnos.

España está atravesando muchas dificultades, y no sólo de orden político o económico: también hay grandes conflictos en temas morales y sociales que amenazan con derrumbar lo que se ha tardado tanto tiempo en construir.

Pues bien, frente a esas desgracias más o menos graves, me gusta pensar en dos cosas. La primera es que a menudo nos falta perspectiva. “Ahora se vive peor que antes, ya no podemos ir a los partidos de fútbol del fin de semana, o al cine, o a la bolera, o salir a comer a restaurantes”, nos quejamos. Y nos olvidamos de que en Quito, Bogotá y Marrakech, por decir tres lugares que conozco personalmente, cientos de personas buscan a diario entre la basura cualquier cosa para saciar su hambre y la de sus familias.

Hagamos las cosas ilusionantes

La segunda reflexión es de índole sobrenatural. “¿Qué esperábamos?”, me pregunto. ¿Acaso dijo Jesucristo que la misión de evangelizar el mundo iba a ser fácil, o que nuestras vidas recorrerían un sendero de rosas? Más bien habló de que a los ricos les costaría mucho llegar a la salvación, pues su poltronería podría muy fácilmente cegarlos o volverlos perezosos. Habló también del “camino angosto” que lleva a la fe y a la felicidad auténtica.

Es justamente gracias a la visión cristiana como conseguimos dar una nueva dimensión a nuestra existencia. Lo que parecía una vida plagada de infortunios y tribulaciones se vuelve, de pronto, en algo soportable. Mejor dicho, ilusionante.

El Papa lo ha dicho de muchas maneras: “la verdadera alegría no consiste en tener muchas cosas, sino en sentirse amado por el Señor, en hacerse don para los demás y en quererse unos a otros”; y “si comprendemos el anuncio de la resurrección, entonces reconocemos que el cielo no está totalmente cerrado más arriba de la tierra. Entonces algo de la luz de Dios –si bien de un modo tímido pero potente– penetra en nuestra vida. Entonces surgirá en nosotros la alegría, que de otro modo esperaríamos inútilmente, y cada persona en la que ha penetrado algo de esta alegría puede ser, a su modo, una apertura a través de la cual el cielo mira a la tierra y nos alcanza.

Ninguno de estos dos planteamientos es conformista ni defiende la falta de ganas. Al contrario, pueden ayudar a afrontar lo negativo con un espíritu renovado, más fresco, optimista y luchador. Porque no todo está perdido, porque todavía conservamos muchas cosas que hay que aprender a valorar y porque, de la mano de Dios, aunque perdamos batallas puntuales, ganaremos la guerra.