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Acción apostólica de San Antonio de Padua

La actividad apostólica de San Antonio de Padua se caracteriza por su infatigable celo apostólico y su decidida actuación contra los herejes, tanto en Italia como cuando fue enviado por San Francisco a Francia, para combatir a los albigenses y restaurar la fe católica en las regiones que habían sido más influenciadas por estos herejes.

Durante su estancia en Francia acudió, en 1225, al Sínodo de Obispos que se celebraba en Brouges, para predicar a los obispos asistentes y hacer renacer en ellos el celo apostólico.

Podemos destacar algunas fechas, teniendo en cuenta que el apostolado de la predicación de San Antonio sólo duró nueve (9) años, que eso sí, fueron fecundísimos y muy bendecidos por Dios.

1220 En el mes de Diciembre marcha a Marruecos decidido a predicar a los infieles y, en consecuencia, hacerse digno del martirio.

1222 En octubre comienza su misión de predicador itinerante por Romaña. A su predicación moral y penitencial hay que asociar su acción pacificadora, su enseñanza de la Sagrada Escritura a sus hermanos frailes, su enfrentamiento con los herejes, etc.

1223 Continua con la predicación y ese mismo año es nombrado Maestro en Teología por San Francisco, que le manda enseñarla a sus frailes en Bolonia.

1224 Desde el otoño de este año hasta 1227, estuvo en el sur de Francia, dedicado al apostolado. La situación en que se encontraba esa región, muy trabajada por la acción de los herejes albigenses, preocupaba a la Iglesia, hizo que el Papa Honorio III pidiera a los maestros de teología de París y de otras regiones que se hicieran presentes donde estaban los albigenses; allí se encontraron los cistercienses, los hijos de Santo Domingo, y también los de San Francisco, a quienes los máximos responsables de la Orden le enviaron como refuerzo.

1225 En noviembre se reunió en Bourges (Francia) un sínodo, al que fue invitado San Antonio. La asamblea se reunió para revisar la vida eclesial y el camino recorrido en la evangelización de una sociedad dominada por la herejía albigense.

San Antonio de Padua dirigió unas palabras a la asamblea, procurando proclamar la “buena noticia”, la verdad revestida de caridad, pero sugiriendo un cambio de actitudes y de vida a los padres sinodales, comenzando por Simón de Sully, obispo de Bourges. “La vida del prelado debe resplandecer por su pureza; debe ser pacífìco con los súbditos...; modesta, de costumbres irreprochables, llena de generosidad con los más necesitados. En verdad, los bienes de que dispone, fuera de lo estrictamente necesario, pertenecen a los pobres. Si no los distribuye con generosidad, es un ladrón y como tal será juzgado. Debe gobernar sin doblez, con imparcialidad, y, sobre todo, debe saber cargar sobre sí mismo lo que deberían soportar y sufrir los demás...”.

Simón de Sully reconoció sus errores y prometió iniciar la reforma por sí mismo. Mudó su postura para con los franciscanos. Hizo de ellos, junto con los dominicos, sus colaboradores preferidos en la difícil tarea de la evangelización del pueblo.

1226 Fue nombrado “custodio” de los frailes de la región de Limoges (Francia).

1227 Regresa a Italia y a finales de mayo, asiste en Asís al capítulo general y es enviado como ministro provincial a la Emilia-Romaña.

Durante su gobierno, la fraternidad provincial creció, las misiones se multiplicaron y se fundaron nuevos conventos, como los de Trieste, Pola, Muggia, Gemona, Gorizia, Camposampiero, Bienno, y la casita y ermita de San Donato, cerca del puente de Bassano del Grappa, que recibió de Ezzelino el Monje, y que Gregorio IX tomó bajo su protección con bula del 20 de octubre de 1227.

1228 Predicó en presencia del Papa Gregorio IX, en San Juan de Letrán, y fue llamado por el Papa para escribir los “Sermones dominicales”.

1230 En junio asiste en Roma al capítulo general y es llamado a Roma por el Papa Gregorio IX, para arbitrar en la interpretación de la regla de los franciscanos y, después de consultar a miembros de la Orden y a consejeros pontificios, emitió su veredicto el 28 de septiembre de 1230 con la bula “Quo Elongati”.

En verano regresa a Padua, donde predica y escribe los “Sermones de las solemnidades”.

Durante este tiempo, San Antonio de Padua predicó ante el Papa y la Curia romana, que la leyenda Assidua dice: “Escucharon la predicación con gran emoción. De hecho, tan originales y profundos sentidos sabía sacar de las Sagradas Escrituras, con fácil y entusiasmada palabra, que el mismo Papa lo llamó “Arca del testamento”.

Retirado en el convento de Padua, ciertamente no descansará. El cardenal Rinaldo dei Segni, luego Papa con el nombre de Alejandro IV, le pidió que escribiese un ciclo de sermones sobre las fiestas del año litúrgico. Éste fue el regalo que dejó a sus hermanos y a la posteridad. No son sermones para predicar. Eran un instrumento de formación y trabajo para que los hermanos menores preparasen las catequesis que dirigían al pueblo.

1231 Una mención especial merece la Cuaresma de este año, predicada por San Antonio en Padua. La ciudad y su entorno estuvieron pendientes de la predicación del Santo. Fruto de la Cuaresma será el logro de la paz social.

1263 Exhumado el cuerpo del Santo, en presencia de San Buenaventura, se encuentra su lengua incorrupta.

1946 El 16 de enero, el Papa Pío XII proclamó a San Antonio de Padua “Doctor de la Iglesia”.