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Nada de "Antiguo" Testamento

Él es famoso por ser el hijo de Isaac y el nieto de Abraham y por comprar la primogenitura de su hermano Esaú a cambio de un simple plato de lentejas (Gn 25, 34). Pero, en realidad, sus acciones fueron mucho más allá de aquel rentable trueque. Tenía, por ejemplo, un don para los negocios. Cuando se enamoró de su prima Raquel, acordó con el padre de ésta que se la entregaría como esposa después de trabajar siete años para él: esos años constituían sólo “unos pocos días, por el amor que le tenía a ella”. Y así lo hizo. Era un tipo paciente, tranquilo y, al parecer, enamorado.

Una de las veces que Jacob estuvo más cerca de la muerte fue cuando su hermano Esaú lo mandó asesinar. Envió nada menos que a su hijo Elifaz, es decir, el sobrino de Jacob, para que acabara con su vida y le arrebatara todas las pertenencias. Detrás del deseo fratricida existía una explicación, no se crean: Jacob, haciéndose pasar por Esaú delante de su padre (ya casi ciego), había logrado la bendición del primogénito, una bendición sumamente valiosa e irrepetible.

Sucesos reales

Imagínense la furia del hermano Esaú cuando se enteró y comprobó que Jacob se había dado a la fuga. Mandó a su hijo Elifaz, gran arquero, y a otra decena de hombres a matarlo. Pues bien, la operación resultó fallida porque Jacob pidió clemencia a su sobrino y éste accedió.

Años después, los hermanos de Jacob secuestraron a uno de sus doce hijos -de los cuales nacieron las doce Tribus de Israel- y lo entregaron, para vengarse, a unos comerciantes. Jacob no se reencontró con él hasta más tarde, durante una de las numerosas expediciones de sus hijos a Egipto, les acompañó a petición de aquél. También luchó contra un ángel.

Soy consciente de que a muchos lectores estas historias les sonarán a pura fantasía. Pero no dejan de esconder sucesos reales y, sobre todo, no dejan de ser palabra de Dios. Lo asombroso es cómo, en culturas como la española, donde el cristianismo perdura desde hace siglos, apenas conocemos los relatos del Antiguo Testamento. Únicamente recordamos un puñado de relatos y, por lo general, no los tenemos en cuenta en nuestro día a día.

En países protestantes, en cambio, los conocimientos bíblicos que tienen sus ciudadanos son bien minuciosos y saben sacarles partido en las situaciones más cotidianas. Deberíamos aprender de ellos y releer los libros proféticos más a menudo. En primer lugar, porque, como decía, es Palabra de Dios y merecen prácticamente la misma atención que cualquier capítulo del Nuevo Testamento.

Y, en segundo lugar, porque detrás de todos esos libros hay un sinnúmero de enseñanzas. En la actualidad no ocurre nada nuevo bajo el sol: ni tentaciones que no hayan experimentado antes los creyentes, ni situaciones análogas que no haya vivido el pueblo de Israel hace miles de años. Probemos a abrir un capítulo del Éxodo, o del profeta Job, o de los Números… nos sorprenderemos de su vigencia y devoraremos las páginas como si se tratase de un fascinante libro de aventuras.