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El arte de la hospitalidad

El arte de la hospitalidad
El tiempo de verano puede ayudarnos a “bajar el ritmo” y a parecernos más a María que a Marta. A veces no nos permitimos los mejores momentos.
Las lecturas que vamos a considerar nos recuerdan la hospitalidad de Abraham y de su esposa Sara, y luego la de las hermanas Marta y María, amigas de Jesús (cf. Gn 18,1-10; Lc 10,38-42). Cada vez que aceptamos la invitación a la Cena del Señor y participamos en la mesa eucarística, es Dios mismo quien “pasa a servirnos” (cf. Lc 12,37). Sin embargo, nuestro Dios supo hacerse huésped primero, y también hoy está a nuestra puerta y llama (cf. Ap 3,20). Es sugerente que en la lengua italiana el huésped sea tanto el que acoge como el que es acogido. Así, en este domingo de verano podemos contemplar el juego de la acogida recíproca, fuera del cual nuestra vida se empobrece.
Es necesaria la humildad tanto para acoger como para ser acogido. Requiere delicadeza, atención, apertura. En el Evangelio, Marta corre el riesgo de no entrar plenamente en la alegría de este intercambio. Está tan concentrada en lo que tiene que hacer para acoger a Jesús, que corre el riesgo de arruinar un momento de encuentro inolvidable. Marta es una persona generosa, pero Dios la llama a algo aún más hermoso que la propia generosidad. La llama a salir de sí misma.
Queridos hermanos y hermanas, sólo esto hace florecer nuestra vida: abrirnos a algo que nos aparte de nosotros mismos y al mismo tiempo nos plenificque. Mientras que Marta se queja de que su hermana la ha dejado sola para servir (cf. v. 40), pareciera que María ha perdido el sentido del tiempo, conquistada por la palabra de Jesús. No es que sea menos concreta que su hermana, ni menos generosa, sino que ha aprovechado la oportunidad. Por eso Jesús reprende a Marta: porque se ha quedado fuera de una intimidad que también a ella le daría una gran alegría (cf. vv. 41-42).
El tiempo de verano puede ayudarnos a “bajar el ritmo” y a parecernos más a María que a Marta. A veces no nos permitimos los mejores momentos. Necesitamos gozar de tener un poco de descanso, con el deseo de aprender más sobre el arte de la hospitalidad. La industria de las vacaciones quiere vendernos todo tipo de experiencias, pero quizá no lo que buscamos. En efecto, todo encuentro verdadero no se puede comprar, es gratuito: sea el que se tiene con Dios, como el que se tiene con los demás, o incluso con la naturaleza. Se necesita solamente hacerse huésped: hacer espacio y también pedirlo; acoger y dejarse acoger. Tenemos mucho que recibir y no sólo que dar. Abraham y Sara, aunque eran ancianos, se encontraron fecundos cuando acogieron discretamente al Señor mismo en tres viajeros. También para nosotros, aún hay tanta vida por acoger.
Oremos a María Santísima, la Madre hospitalaria, que acogió al Señor en su seno y junto con José le dio un hogar. En ella resplandece nuestra vocación, la vocación de la Iglesia de seguir siendo una casa abierta a todos, para continuar acogiendo a su Señor, que pide permiso para entrar.
ÁNGELUS, Plaza de la Libertad (Castel Gandolfo). Domingo, 20 de julio de 2025