Los ecos que nos llegan del sucesor de San Pedro a través de los medios de comunicación son, por un lado, escasos y, por otro lado, sesgados. Enciendes la televisión y los periodistas sólo lo mencionan para explicar la reacción que ha tenido ante un nuevo escándalo de pederastia dentro de la Iglesia, o para informar sobre un viaje suyo a un país cualquiera. Algo similar ocurre en los periódicos, en las revistas y en la radio.
Apenas escuchamos, pues, de su doctrina, lo cual es una auténtica pena. Porque en estos tiempos deberíamos atender más a las palabras de Benedicto XVI. Quien preside hoy en día la Sede de Pedro es un genio intelectual, una persona de gran altura especulativa que sabe hacerse cargo de los problemas más profundos que acosan al mundo entero y que, sobre todo, se atreve a proponernos diversas recetas a tantos males. Que a nosotros, faltos de perspectiva y con frecuencia inmersos en problemas pequeños, nos deja claro cuáles deben ser nuestras prioridades en la vida.
Hace pocas semanas, por ejemplo, dedicó una de sus catequesis de los miércoles al sentido de la fe. De entre sus muchas afirmaciones valiosas, querría detenerme ahora en dos. La primera: “Es necesaria una educación renovada educación en la fe, que nazca de un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo, de amarle, de confiar en Él, de forma que toda la vida esté involucrada”.
¡Qué importancia tiene la fe, y más todavía en los tiempos que corren! Está claro que sin una estabilidad material que asegure nuestra supervivencia y la de las personas a las que amamos, es muy difícil que el espíritu prospere. No hay manera de ponerse a rezar si antes no nos hemos llevado un pan a la boca. Pero eso es compatible con no perder de vista dónde reside lo más decisivo de la existencia terrenal: en nuestras almas. De nada sirve ganar el mundo entero si, a cambio, echamos por tierra la vida eterna que Dios tiene preparada para cada uno de nosotros.
Por eso hay que educar en la fe: porque Cristo es la respuesta definitiva a nuestros interrogantes, a nuestras rebeliones interiores y a nuestras desesperaciones, es Aquel que no nos falla, que siempre nos escucha, nos perdona, nos comprende y nos alienta.
La otra frase del discurso, y a la que podemos sacar bastante jugo, decía así: “Tenemos necesidad de amor, de significado y de esperanza, de un fundamento seguro”. Más claro, agua. Victor Frankl, el psiquiatra vienés tras su experiencia en los campos de concentración nazis escribió el famoso libro “En hombre en busca de sentido”, afirmaba lo mismo con otras palabras: el hombre tiene sed de Dios, y sólo cuando le encuentra y aprende a vivir de la fe, encuentra la esperanza y la alegría profundas.
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