Usted está aquí

San Pablo en tela de juicio y el Concilio de Jerusalén

Como ya señalamos en el artículo anterior, Corinto era una ciudad estratégica del Imperio romano y sede de una comunidad cristiana compleja, dinámica y no exenta de tensiones. Esta comunidad recibió numerosas visitas y correspondencias del apóstol. La epístola que conocemos como “Segunda Carta a los Corintios” no es, sin embargo, la segunda que Pablo les escribe, sino probablemente la cuarta. En 1Cor 5,9 se menciona una carta anterior, hoy perdida, y en 2Cor 2,3-4 se hace referencia a una carta “escrita con muchas lágrimas”, que algunos consideran distinta de las dos conservadas. Esto nos permite entender que la relación entre Pablo y los corintios fue intensa. Esta carta fue escrita hacia el año 57 d.C., probablemente en Macedonia, y responde a una situación pastoral especialmente delicada: Pablo había sido duramente cuestionado, no solo en su doctrina sino también en su autoridad apostólica y en su persona. Una parte de la comunidad, influenciada por otros predicadores que habían llegado desde fuera, ponía en duda que Pablo fuese un auténtico apóstol de Cristo.

Los “súper-apóstoles”

Estos nuevos predicadores, a quienes Pablo denomina con ironía “súper-apóstoles” (2Cor 11,5), se presentaban con un estilo muy diferente: tenían una presencia más imponente, hablaban con gran elocuencia y presumían de visiones, experiencias místicas y cartas de recomendación. Algunos, incluso intentaban imponer ciertas prácticas propias del judaísmo, como la circuncisión, lo que ya había generado conflictos en otras comunidades. El caso corintio era especialmente grave.

Pablo responde con una carta profundamente humana, apasionada y teológica. A diferencia de otras epístolas más doctrinales, esta tiene un tono más autobiográfico. No rehúye el conflicto, pero lo aborda desde la perspectiva del amor pastoral. A lo largo del texto, el apóstol se defiende, sí, pero no con orgullo ni agresividad, sino mostrando que su fuerza viene de Dios y no de cualidades humanas. Reivindica un modelo de apostolado marcado por la debilidad, el sufrimiento y la entrega, y no por el prestigio o la retórica.

Así, presenta el ministerio apostólico como un servicio al Evangelio que no depende del

éxito humano: “Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo, el Señor; nosotros somos vuestros siervos por amor de Jesús” (2Cor 4,5). Ante las críticas a su autoridad, Pablo defiende que él es apóstol, al igual que los 12, y explica que también fue llamado por Dios a través de una visión y experiencia personal, que lo convirtió en apóstol de Jesucristo. En este contexto, se presenta como portador de un mensaje de reconciliación entre Dios y los hombres, y exhorta a los corintios a no recibir en vano la gracia de Dios, sino a abrir de nuevo sus corazones a su predicación.

Colecta para los pobres de Jerusalén

Otro aspecto clave de esta carta es el desarrollo del tema de la colecta para los pobres de Jerusalén, que ya se había mencionado en la primera epístola. Pablo dedica los capítulos 8 y 9 a motivar a los corintios a participar en esta iniciativa solidaria. Pero no se trata solo de una ayuda económica: la colecta tiene un profundo sentido teológico y eclesial.

Conflicto doctrinal

Para comprenderlo, es fundamental recordar el Concilio de Jerusalén, celebrado hacia el año 49 d.C. Este fue el primer gran encuentro de la Iglesia primitiva para resolver un conflicto doctrinal: ¿debían los cristianos procedentes del paganismo circuncidarse, cumpliendo así la Ley de Moisés? Algunos cristianos conversos del judaísmo sostenían que sí. Pablo y Bernabé, por el contrario, defendían que la fe en Cristo era suficiente para la salvación. El concilio, presidido por los apóstoles Pedro, Santiago y Juan, dio la razón a Pablo, permitiendo la entrada de gentiles a la Iglesia sin necesidad de asumir todas las normas de la Ley judía (cf. Hch 15). Sin embargo, de ese acuerdo surgió también un compromiso: que las comunidades fundadas por Pablo no olvidaran a los pobres de Jerusalén (Gál 2,10). La colecta, por tanto, no so- lo tiene un sentido caritativo, sino también ecuménico: es un gesto concreto para mantener la unidad entre las iglesias de procedencia judía y las de origen gentil. Es una forma de afirmar que, aunque haya diferencias culturales y prácticas, todos forman un solo cuerpo en Cristo. Pablo no presenta esta colecta como una obligación, sino como una gracia. Insiste en que debe hacerse con alegría y libertad, no por imposición. La carta concluye con palabras de consuelo y una fórmula que ha pasado a la liturgia cristiana: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros”.