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El último Anacoreta

Libano Gadisha

El 29 de diciembre de 2016, “El Confidencial”, publicaba una noticia que llamó mi atención. En un valle del Líbano, un hombre, nacido en Colombia, se había convertido, por derecho, en el último anacoreta. 

En una Sociedad materialista el anuncio llamaba la atención. Una persona había viajado de Colombia a Líbano para lograr aislarse del mundo y dedicar su vida a orar en soledad.

Después de trastear un tiempo, en un viaje, me acerqué a un lugar maravilloso. Dos montañas imponentes se abrían paso tierra adentro para mostrar un pequeño valle encajonado entre ellas. Las montañas caminaban perpendiculares al mar. La abertura que dejaban entre ellas permitía que entraran, por su extremo oeste, todos los sabores y olores del Mediterráneo. El verdor del paisaje sólo era roto por pequeñas manchas blancas que mostraban los recoletos pueblos que escalaban la ladera que tenía frente a mí. Mientras, un sol, todavía muy alto pero que comenzaba a inclinarse hacia el mar, dotaba de vida el entorno. Entre grandes piedras vislumbré algunos profundos agujeros hechos en el terreno.

-Es el valle santo, me dijeron, un lugar al que los anacoretas se retiraban en busca de paz para orar y pensar en Jesús. 

Me contaron que el primer anacoreta del Líbano fue San Antonio el Grande de Qozhaya, en árabe: Mar Antonios al-Kabir. Hacia el siglo IV marchó al desierto nubio, lugar al que los romanos llamaban, la Tesalia. Hubo un tiempo en el que, allí, bajo la tutela de San Antonio Abad se reunían las personas que vendían sus propiedades para entregarse a la oración y a la meditación mientras aguardaban el Día del Juicio Final.

Parece que, tras pasar parte de su vida en aquellas lejanas tierras la melancolía había llenado su corazón y había regresado a su hogar a cuidar de las almas de sus convecinos. No logré encontrar ninguna información sobre su vida terrenal. Sólo tradiciones. Tras dar muchas vueltas, me enteré que, en arameo, Qozhaya podía traducirse como: “El tesoro de la vida.” Tal vez el nombre se estaba refiriendo a la labor que había desempeñado, Antonio, en su vida terrenal. Había realizado algo tan bello que podríamos definirlo como “el tesoro de su vida” o la permanente conversación con Dios. Su fiesta sigue celebrándose el 17 de enero, ignoro cuál es la razón.

Valle sagrado de Qadisha

Como su antecesor, San Marón, en el siglo IV, fue un conocido anacoreta que residía en una cueva que se halla a orillas del Orontes, el río más famoso de la historia de Siria. Cuando el emperador Justiniano II, comenzó a perseguir a los cristianos, éstos, debieron utilizar como refugio, las cuevas de del valle sagrado de Qadisha. Es con la llegada de los cruzados a Tierra Santa cuando Occidente descubre a los maronitas. Pero será en el siglo XVI el momento en el que la iglesia maronita acepte la autoridad de Roma.

Líbano tiene todo el derecho del mundo para reclamar un lugar privilegiado en la historia del cristianismo. En el sur del país se encuentra la tierra de Canaán. Cerca de Tiro, Jesús, curó a un niño que estaba poseído. Un lugar no demasiado alejado de donde se encontraba Antioquía, uno de los primeros sitios, tras Jerusalén, en los que existió una importante colonia cristiana. En ella, predicaron San Pedro y San Pablo.

Hoy en día, Uadi Qadisha es un bello y tranquilo lugar por cuyo fondo, un pequeño río, retoza juguetón entre los sembrados. Las laderas de las montañas siguen escalando el cielo azul. En invierno, la nieve tiñe el paisaje, pero nada altera la tranquilidad del lugar.

Nuestra Señora de Hanqa

En medio del valle se eleva un pequeño monasterio que, como casi todo en el Líbano, ha sido quemado en más de una ocasión. La iglesia de Nuestra Señora de Hanqa está excavada en la roca y es un sereno templo cuya edificación debió comenzar en el siglo IV. A pesar de las múltiples reconstrucciones, su actual prestancia sigue recordándonos pasados esplendores. El manuscrito más antiguo que guarda en sus archivos es un recetario del año 1000, pero aquí, las cosas no tienen el mismo significado que en otros lugares. Es posible que el recetario de cocina, que de eso habla nuestro documento, fuera el único de los documentos que sobrevivió a uno de los incendios del lugar, por lo que, originalmente, debía estar acompañado de otros tesoros históricos muy anteriores. Allí me enteré que los maronitas no son los únicos católicos del Líbano. También los caldeos son católicos romanos desde mediados del siglo XIX.

Cerca del santuario de Santa María de Hanqa existe una cueva en la que reside un hombre mayor, pequeño y barbudo. Su nombre: Darío Escobar. Con más de ochenta años sigue cuidando su huerto, leyendo, diciendo misa, muy de vez en cuando y confesando a quien se lo solicita. Tuvo que luchar mucho para llegar hasta aquí, pero manifiesta que ese viaje fue lo mejor que ha hecho en su vida. Su felicidad consiste en rezar durante 14 horas al día, cultivar la tierra y leer vidas de santos.

Fuera del valle, cuando regresaba, en un pueblo de los alrededores, vi una imagen que representaba a la santa más famosa del Líbano: Una monja maronita de nombre Rafca, santa Rafca. Su escultura de hierro fundido nos contempla con dulce mirada.