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Cultivar las almas

Enfrascada en la primera página de la novela “El despertar de la señorita Prim” de Natalia Sanmartín Fenollera, me tropiezo con el siguiente párrafo:
“En aquella comunidad eran las familias, cada una en función de su perfil, su ambición y sus posibilidades, las encargadas de formar intelectualmente a sus hijos”
¿Cuál es el lugar de la familia en la instrucción de sus hijos? Jesús creció, se formó, se educó en el seno de una familia antes de comenzar su misión. “Y el niño crecía y se fortalecía y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre Él” (Lucas 2:40) La familia de Nazaret es el lugar histórico que Dios mismo, hecho carne en Jesucristo, elige para “crecer en sabiduría, edad y gracia”. Por eso, la familia es un ámbito de suma importancia en el Plan Divino: “… constituye el lugar natural y el instrumento más eficaz de humanización y de personalización de la sociedad: colabora de manera original y profunda en la construcción del mundo, haciendo posible una vida propiamente humana, en particular custodiando y transmitiendo las virtudes y los valores” (Familiaris Consortio,43).
La mejor herencia
¿De qué vale recibir de los padres un rico patrimonio, si de ellos no se recibe una tradición, o sea un patrimonio moral y cultural? Sin embargo, tenemos que confiar nuestros niños a la escuela. Con frecuencia, es una escuela sistematizada, fruto de la época de la Revolución Industrial. Con la misma noción de fabricación en serie se comienza a enseñar y a impartir conocimientos en serie. Los niños también son clasificados y calificados. Pudiendo ser participe, en estos tiempos de confinamiento, de
las clases de mis hijos, observe con más detenimiento que otros años, en que la rutina me cegaba, la cantidad de contenidos e información que acumulan año tras año en su valiosa infancia. 
El proceso educativo consiste mucho más en descubrir y en asombrarse que en absorber infor-  mación que, además, muchas veces no tienen la madurez para comprender. Desde que nacen los lanzamos a la carrera de ir superando niveles: nivel inicial, primario, secundario, universitario, etc… lo que termina generando estrés y ansiedad.
Eso hace que el individuo en su fase de desarrollo no contemple lo suficiente, no admire, no sea consciente de su propia existencia.
Crecer en el silencio
A este propósito, continuando con la lectura de la novela de Natalia Sanmartín, rescato también el siguiente párrafo: 
“Fue aquí donde descubrió que la inteligencia, ese maravilloso don, crece en el silencio y no el ruido. Fue aquí donde aprendió que la mente humana, se nutre de tiempo, de trabajo y disciplina”
Cuando por fuerza mayor tuvimos que permanecer más quietos, durante estos tiempos de epidemia, pude rescatar algunas cosas. Leímos más cuentos, acudimos con más frecuencia a la biblioteca, festejamos los cumpleaños con más intimidad, mejor decorada la mesa, con flores, comida sencilla pero rica, disfrutando realmente de nuestro espacio. Los pequeños de la casa, cocinaron, jugaron, se inventaros cosas, cuidaron de las plantas y animales, rezaron juntos, sin apuros ni corridas para ir a dormir temprano y madrugar al otro día. Fortalecieron sus vínculos. Con mejor calidad de tiempo, con el mismo trabajo y disciplina, pero con más silencio y menos ruido de exigencias, horarios y agendas llenas.
“Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes”. (Deuteronomio 6:6-7) “Instruye al niño en el camino correcto, y aún en su vejez no lo abandonará” (Proverbios 22:6)
Está comprobado que lo bueno se aprende en casa, con ejemplo y más ejemplo, con transmitir la tradición, la cultura, la pasión por las buenas lecturas, y contagiar avidez de conocimiento. Seguramente no podremos reorganizar el mundo, pero si preservar nuestras familias. Todo cambia en la historia de la humanidad, pero es en el hogar donde se cultivan, se alimentan, se arropan, se perfuman y se moldean las almas. Sapere Aude.