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Volver a descubrir la ternura

Evangelio del día

Mariolina Ceriotti comienza su alfabeto de los afectos tratando de hacer justicia a la palabra «ternura»:

“A primera vista se la suele reducir a un sentimiento dulzón y pastoso. Designa, en cambio, un sentimiento más complejo y también más importante de lo que puede parecer.

Existe, en primer lugar, una ternura «fácil». Es aquel sentimiento dulce y natural que despierta en nosotros todo lo que nos parece muy valioso y al mismo tiempo vulnerable, vivo y nuevo. Es la ternura hacia el niño, a su estado de integridad y de gracia: el niño está indefenso, necesitado, y nos es confiado.

Tiene la belleza de las cosas nuevas, que nos parecen todo lo alejadas de la muerte que sea posible. Al igual que hacia el niño, sentimos ternura hacia la mayoría de los demás cachorros, en su condición de inocencia y belleza, que despiertan en nosotros una especie de estupor y solicitud. Precisamente la ternura nos impulsa a proteger, a preservar y a cuidar la vida indefensa, dándole el tiempo que necesita para crecer, protegida a la sombra

de nuestro cuidado.

La ternura sirve como una puerta que da paso a todas las relaciones valiosas, y puede ayudarnos a intuir la distancia «justa» que es necesario mantener en los gestos, en las palabras, en las miradas. Esa distancia «de respeto» que permite que el otro se sienta amado, sin verse fagocitado o anulado por nuestro amor. En este sentido, la ternura tiene

una función decisiva en las relaciones de amor y en el sexo, porque su presencia nos permite percibir el alto valor del otro en su desnudez: permite que miremos sin desvelar,

que escuchemos sin aprovecharnos de la confidencia. Nos sirve de guía para tener una mirada capaz de aplible de quien se entrega desnudo e inerme. La pasión quiere apropiarse

del objeto, como un fuego que lo consume: solo la ternura permite preservarlo. También nos hace capaces de mantener, si es necesario, un silencio «bueno», «habitado»; nos capacita para integrar con benevolencia la imperfección y el límite que se nos desvelan. (...

Pero existe otro capítulo digno de reflexión. En nuestra cultura también la vulnerabilidad del anciano, del enfermo y del discapacitado han tenido durante siglos derecho a la ternura, porque se les ha asociado una idea de valor. El cristianismo nos ha enseñado que el rostro del hombre siempre es reflejo del rostro de Dios, y que lo refleja todavía más cuando es un rostro herido, humillado por la vejez o por la enfermedad, porque el nuestro es el Dios de Jesucristo, que murió humillado en una cruz. Nada es más valioso que su cuerpo herido, y nada es más vulnerable. Nada merece igual ternura. La fuerza de esta ternura hacia Él ha hecho posibles otras ternuras, capaces de superar el malestar hacia la muerte cercana, que sugieren la vejez y la enfermedad. Todo lo relacionado con la muerte despierta en el ser humano actitudes de defensa y negación, y nos lleva a desviar la mirada y alejarnos apresuradamente; solo cuando se mira más allá de la apariencia somos capaces de no huir: el cristianismo, que mira más allá de lo aparente, ha podido enseñar a los hombres la ternura posible en cualquier condición o momento de la vida, porque nos ha enseñado que todos, sin distinción y siempre, somos vulnerables pero infinitamente valiosos a los ojos de Dios.

Es esta una ternura que puede ampliarse a todo lo que es humano, por el mismo hecho de ser humano; una ternura que, por desgracia, está desapareciendo y por la que todos sentimos una profunda nostalgia. _

“El alfabeto de los afectos”.Mariolina Ceriotti

Migliarese. Ediciones Rialp, Madrid, 2022.