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Vida familiar y vida laboral

El tema de la conciliación de la vida laboral y familiar no es nuevo, y, sin embargo, parece que apenas en las últimas décadas se han empezado a proponer ideas positivas que traten de enriquecer el debate. Un ejemplo incuestionable es la Ley española 39/1999, para “promover la conciliación de la vida familiar y laboral de las personas trabajadoras”. Así lo ilustra, asimismo, el hecho de que la Reforma aprobada en 2012 incluyera nuevos artículos en la ley, que otorgaban a las empresas más flexibilidad para modificar unilateralmente las condiciones de los contratos de los trabajadores.

En una palabra, el Gobierno español, con la mencionada ley, al igual que otros muchos gobiernos en los últimos tiempos, pretendía facilitar la conciliación laboral y familiar a todos los trabajadores, incluyendo a aquellos con infantes o discapacitados bajo su responsabilidad. Cabe preguntarse por el sentido de estas alteraciones jurídicas y legislativas. ¿Qué motivo hay de fondo? La respuesta, aunque breve, no es por ello fácil de explicar, esto es, la familia y su propio interés.

Protagonismo del Estado frente a los padres

Los estados tienen un rol protagonista a la hora de buscar la armonía entre vida laboral y familiar, al igual que las empresas y las propias familias, y conciben medidas en tres grandes áreas: las de los recursos monetarios, las referidas al tiempo (licencias y permisos por maternidad o paternidad) y las concernientes a los servicios de atención a la infancia.

A fin de cuentas, la situación de cada país, e incluso de cada región, varía, y las políticas familiares no pueden ser las mismas para todo el mundo. Debe haber, por supuesto, variedad de propuestas y de soluciones que se acoplen, además, a las transformaciones y necesidades especiales que experimenta la sociedad, porque ésta no es nunca estática. La protección social es la respuesta pública a las condiciones cambiantes, que soporta la familia en la sociedad moderna. Frente a esta realidad dinámica, la peor actitud sería rendirse o abandonarse a la indiferencia.

En conclusión, trabajar en pos de una conciliación equilibrada entre vida laboral y vida familiar sólo puede traer consecuencias positivas. Servirá para proteger a los niños y discapacitados, en primer lugar, pero también para fomentar el respeto por todo ser humano.

El Derecho de los padres

El Magisterio de la Iglesia siempre ha dejado clara la prioridad de los padres en la educación y protección de sus hijos, de la prole, derecho que, de alguna manera, quiso recoger la Declaración Universal de los Derechos Humanos[1], al afirmar: “la familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado”. Sin duda, como ocurre con toda declaración de principios y de intenciones, esto es algo a lo que se aspira, no algo que se haya alcanzado ya. El objetivo está fijado, y de ahí surge el reto.

“Cuando el Magisterio de la Iglesia habla de los derechos humanos no se olvida de fundarlos en Dios, fuente y garantía de todos los derechos, ni tampoco se olvida de enraizarlos en la ley natural. La fuente de los derechos no es nunca un consenso humano, por notable que sea. Benedicto XVI, en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2007, enseña que “El reconocimiento y el respeto de la ley natural son también hoy la gran base para el diálogo entre los creyentes de las diversas religiones, así como entre los creyentes e incluso los no creyentes”. La ley natural interpela nuestra razón y nuestra libertad, porque ella misma es fruto de verdad y de libertad: la verdad y la libertad de Dios. La sociedad tiene necesidad de reglas acordes con la naturaleza humana, pero también tiene necesidad de relaciones fraternas.

“No bastaría una interpretación positivista que redujera la justicia a legalidad, y entendiera así los derechos humanos como resultado exclusivo de medidas legislativas. Benedicto XVI insistió en esta misma idea en el acto organizado por el Pontificio Consejo “Justicia y Paz”, señalando que “la ley natural, inscrita por Dios en la conciencia humana, es un común denominador a todos los hombres y a todos los pueblos; es una guía universal que todos pueden conocer. Sobre esa base todos pueden entenderse”.


[1]ONU – Asamblea General 10.12.1948