Usted está aquí

Vernos desde la óptica de la fe

Cuando vives un vacío y una añoranza, te da la impresión de vivir sepultado en una noche cerrada, de oscuridad tenebrosa y sin fin, como perdido en la negrura del cosmos infinito, a donde te han traído sin saber por qué, y con la sensación de que tus pies -y tu ser íntimo- están siendo absorbidos sin remedio por un lodazal sin término, llevándote siempre hacia abajo y hundiéndote, sin tener a donde asirte en tus desesperados esfuerzos para liberarte del entorno y de ti mismo.

Yo no sé si llamarla profunda decepción, pintarla de negro o con ausencia de colores, ya que es como algo que no lleva a ninguna parte.

Cuando eras joven, y si sigues siéndolo, soñabas con empresas inacabables, siempre para dar razón a tu afán creador y de lucha, y a tu ansia incoercible de subsistencia. Como el astronauta en tierra, soñabas con la luna y los astros al pié del cohete erguido hacia la altura, subir hacia arriba, alcanzar los picachos, conquistar el amor, trasformar el mundo, pasearte por las cimas inaccesibles.

Ahora puedes ser adulto, o joven envejecido, experimentando y sintiendo el vacío tenebroso a tus pies, sostenido en tu viajar por un misterioso equilibrio de fuerzas, que se neutralizan mutuamente en un punto, por el que caminas, pero ¡ay! bien sabes que un centímetro más allá de ese equilibrio, un pasito en falso del cálculo de la vida, te absorberá en el voraz sin sentido que todo lo atenaza.

Volar alto

Sin embargo, en ti conservas la añoranza de ese punto de luz en medio de tu oscuridad, ello te permite volar a un planeta azul y sonriente, pequeño y a tu medida, luminoso y revelador de sus detalles, con una atmósfera envolvente, que te lleva así a lo infinitamente pequeño ¿a qué? A las cosas de cada día, a valorar los gestos, a moderar las ambiciones, a ir viviendo, a no proyectar, a estar siendo. Es lo que San Juan de la Cruz exclamó con aquel verso: “volé tan alto tan alto que di a la caza alcance”.

Por eso añoras aquel punto de luz en la cúpula del universo y en el hondón de tu ser. Yo sé que cabré dentro de él y él será mi hogar maternal, sin paredes ni oscuridades que te encierren, con el aire vivificante de la gracia, con espacio para mover los pies y los brazos de tu alma, con exposición permanente de detalles, partes y fragmentos que son el todo del amor divino. ¡Qué grande es para ti lo que parecía pequeño y que pequeño y vacío lo que te parecía grande!

Puntos de luz, faros en lontananza en el temporal de la vida, sensación de vivir cada momento como el definitivo preludio de un encuentro más dulce que la miel.

Tu corazón, más que de carne, debe ser más bien un puntito infinitesimal por donde se vacía el universo, desde el momento que añoras tanto, perdido en la grandeza de un horizonte que sacia tu sed y cubre tu esperanza.

Creíste hallar a Dios más allá de los vientos, y está en cualquier acontecimiento. Lo creías el siempre inaccesible y lejano, y es el asequible y temprano y a todas horas. Te sentías llamado a ser navegante, conquistador, místico o misionero, y debes ser... pobre, detallista y humilde pordiosero. Experto en el detalle y testigo del infinito. Si te ves así, estás entrando por la vía del amor que lleva a la felicidad.