Usted está aquí

Un nombre apropiado a nuestro tiempo

Una persona que ve a Dios en sus criaturas, que queda prendido de la belleza del inmenso cielo, de la luna, del viento y de la nube, que se solaza oyendo a los pájaros y sintiendo el olor de las flores que nacen en primavera. Un hombre que se enamora del equilibro que descubre en el Universo, entre el fuego y el agua, lo que le otorga la paz. Un fraile que siente el amor divino, que le inunda, que se deja apasionar por su misterio, al que le atrae la fuerza que vence a la muerte, porque la muerte no es, para él, sino un paso hacia la vida. Alguien que en el fondo de su corazón, sabe, que la humildad es el camino para el servicio, porque el sufrimiento se agrava con el odio y se convierte en tolerable con la paz.

Siempre ayudando al prójimo

Acabado el período de extrema pobreza e inseguridad que corresponde a la Tardo Antigüedad, Europa comienza a reponerse con la llegada del siglo XI. El comercio cobra vida y las urbes, uniendo la iglesia y el mercado, desarrollan una nueva raza de europeos, los comerciantes o burgueses, los que viven y trabajan en las ciudades. La acumulación de dinero que produce el comercio hace que la antigua opulencia romana regrese a las nuevas residencias fortificadas. San Francisco y sus compañeros adoptan la pobreza como contestación al orgullo que comienza a engendrar el nuevo hombre medieval en su interior. Pero su pobreza no está basada en la inacción, sino en el constante servicio a sus semejantes. Los franciscanos atienden a los leprosos, realizan tareas humildes para otros monasterios, ayudan a los granjeros, trabajan para los burgueses. Los frutos que obtienen por sus labores los utilizan para ayudar a sus hermanos, para resolver sus problemas, para hacer su existencia más agradable. El movimiento, alzándose contra la corriente dominante que pregona que hay que recuperar un modo de vida confortable tras instaurar al hombre en el centro de la Sociedad, intenta recuperar el valor de recuperar el amor, el camino de la salvación, en la pobreza, digna y evangélica. Los monjes mendicantes, la orden de los franciscanos que fundara San Francisco, luchan por recuperar en la vida de la Iglesia, la sencillez, la sobriedad y la humildad. En su laboriosidad se sienten útiles a sus semejantes y a la tierra creada por Dios.

Gran hálito de esperanza

Hoy, muchos años después, la compleja situación económica que vivimos ha convertido la situación de algunos de los hogares de nuestros amigos, en lugares de desesperación. La pobreza, que parecía erradicada de nuestras sociedades, ha vuelto a mostrar su rostro más adusto y descarnado. En esta situación, la aparición de un Papa que reivindica la obra de San Francisco como ejemplo a seguir no sólo es un hálito de esperanza sino la evidencia de que Jesucristo no se ha olvidado de los humanos. En algún sitio de este despersonalizado mundo todavía hay lugar para el amor, el mismo amor hacia el ser humano que inspiró a San Francisco de Asís es el que mueve el corazón del Papa Francisco.