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Un hombre como todos

A partir de un momento determinado dejó de salir de casa, fue el día en el que se cumplían los dos años de la fecha en la que perdiera su trabajo. Siempre había pensado que era un buen profesional. Cuando, un ajuste de plantilla decidió que él era uno de los que sobraban, se molestó, se enfadó. Creyó que cometían una grave injusticia con él, pero pronto se le pasó. No creía que su situación durase, la gente le conocía, apreciaban sus conocimientos y su experiencia. Seguro que esta era una oportunidad para mejorar. Comenzó a llamar a las puertas de sus amigos; más tarde, cuando la lista se acabó, se procuró los nombres de sus compañeros de universidad, de sus vecinos, de la gente con la que había tenido relaciones profesionales. Todos le decían lo mismo:

-  Eres el mejor. Ya no hay profesionales como tú. Tal vez podamos pensar en ti cuando pase la crisis.

Los días sustituyeron a los días, el tiempo fue pasando. Poco a poco se desmoronaba su confianza en el futuro. Algunos días le costaba levantarse de la cama, otros, afeitarse. Notaba que le dolía el corazón mientras pensaba en las cosas que había hecho mal, las veces que se había equivocado. Ninguna compañía le causaba alegría, ninguna frase le ayudaba. Cuando salía a la calle notaba las miradas de los viandantes sobre él. Asistir a la cola del paro le proporcionaba sentimientos contradictorios. Sentía que los errores que había cometido durante su vida le habían convertido en un inútil, pero también, que la Sociedad era injusta con él, que no se merecía la vergüenza de estar rodeado de inmigrantes silenciosos, de pobres de solemnidad, de vagos impenitentes. Él no era como ellos, ¿o sí? Tal vez fuera hora de aceptar su torpeza, su incapacidad. De reconocer que nunca había hecho nada que sirviera para algo, que siempre había vivido a costa de la Sociedad, del entorno que le rodeaba.

Un buen día de otoño, cuando las hojas se tornan rojas y la melancolía ocupa las almas de los solitarios, se dio cuenta que había perdido su orgullo, por fin se había convertido en un quídam. Se puso la más vieja de sus chaquetas; nunca se le hubiera ocurrido salir con ella a la calle, y partió en silencio, sin decir nada. Había perdido su sombra, ya no existía, no era nadie, carecía de orgullo. Se acercó a un comedor de caridad y se puso en la cola. Tenía miedo a mirar hacia atrás o hacia delante. Con los ojos gachos dirigidos al suelo, intentaba pensar, pero no le venía a la mente nada en lo que mereciera la pena pensar. Fue ese día cuando me llamó por teléfono.

Debo reconocer que al principio no reconocí su voz. Cuando dejas de ver durante un tiempo a una persona te haces a la idea de que ha desaparecido para siempre de tu vida. Luego, le identifiqué, quedamos en un bar.

-  No pienses que vengo a pedirte nada, ese tiempo ya ha pasado para mí. Sé que sueles escribir de estas cosas y me dije, tal vez si le cuento mi proceso de degradación, pueda contar a los demás algo que les sirva. Por si se encuentran en una situación similar…

-  No eres el único, - reconozco que al principio me puso en un aprieto. No sabía que decirle, le conocía, pero no podría afirmar que era su amigo.- Tal vez si empiezas a rezar.

-  Hace tiempo que dejé de ir a la Iglesia. - respondió como si mis palabras no fueran con él.- No busco compasión, ni una receta mágica, sólo quería contarte mi situación, por si te sirve para algo.

-  No eres la única persona que se encuentra en tú situación y sí, es cierto lo que me dices, lo peor que le puede suceder a una persona es perder su dignidad, el orgullo de sentirse miembro de un grupo, de una Sociedad. En cualquier caso, yo que tú lo intentaría. Comienza a rezar, aunque sea como una técnica de autoayuda…

Se despidió de mí. La siguiente vez que le vi, unos meses más tarde, estaba muerto. Le habían amortajado y embutido en un traje oscuro. Esperaba la visita de los amigos y familiares que no acaban de llegar al tanatorio. Sólo su mujer le acompañaba.

-  Se volvió muy raro. No quería estar con nadie, ni ver a nadie. Llegó el cáncer y se lo llevó en un par de meses. Tal vez ahora pueda descansar en paz… Había perdido las ganas de vivir. No podía soportarse a sí mismo.