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Todos los seres humanos debemos caber en la Modernidad

Constantemente, las noticias nos sorprenden con la aparición de nuevas formas de entender los mercados y modificar su comportamiento tradicional. No podemos poner en duda la necesidad de instalarnos en el cambio y aceptar la novedad como un elemento normal en nuestras vidas. Pero, en ocasiones, lo que aparentemente son innovaciones no dejan de ser atajos, para vulnerar la competencia, incrementar la volatilidad, generar inseguridad y perturbar las exigencias impuestas por la Ley.

En una loca carrera, a la que definimos como lucha por la competitividad, cada día es más frecuente identificar a quienes se descuelgan de nuestra sociedad con el término: los perdedores. Como si su existencia constituyera un efecto colateral imprescindible de la Modernidad.

Igual que si de una guerra se tratara, parece que nos encontremos en una batalla en la que, necesariamente, unos ganan y otros pierden. Una batalla que no tiene fin y en la que las naciones se hallan involucradas, como consecuencia de las peculiares características que hemos adjudicado a los Mercados.

Dificultades para reincorporarse al sistema

En lo más agudo de la Crisis nuestro mundo asumió que la dirección socio-económica que adoptaba el mundo, nuestro mundo, era la única posible. Durante un tiempo la mayoría de las políticas económicas de los países occidentales viraron hacia la Austeridad. Hoy en día, el problema, aparentemente, se ha corregido y nuestra sociedad se ha hecho más humana y justa. Pero las diferencias entre las personas, que se habían agudizado con la crisis, no acaban de corregirse. Ya se asume, como natural, que muchos de los que en aquel tiempo quedaron descolgados nunca podrán volver a incorporarse al sistema productivo.

Actualmente, los partidos populistas proliferan por Europa enarbolando programas que podrían definirse como una especie de venta de utopías. Muchas personas parecen aceptar la utopía como un objetivo fácilmente conseguible. Al alcance de cualquier vendedor de ilusiones. La victoria del señor Trump en EE.UU. así lo pone de manifiesto. Sus promesas le granjearon un éxito inesperado. Algunas de ellas ya se han manifestado inalcanzables, otras, podrían ser atentatorias para los derechos de una parte importante de los ciudadanos de su país.

Las promesas generan equívocos

En diversos lugares, las promesas se multiplican generando distorsiones complejas en nuestros esquemas mentales. La utopía es una meta y como todas las metas, difícilmente alcanzable, cuando menos a corto plazo.

Desgraciadamente, ese no parece ser un buen camino para resolver los numerosos problemas de nuestro entorno. Las promesas son sencillas de realizar y no fáciles de cumplir. Pero, hoy, no deseo escribir sobre economía ni sobre política. Quiero reivindicar el derecho del ser humano a gozar de la felicidad. La obligación social de defender la justicia y la doctrina cristiana de considerar a los seres humanos dignos de ser reconocidos como hermanos.

Debemos luchar por lograr una sociedad más humana en la que la dignidad y el respeto sean comúnmente aceptados.

¿Las peculiares promesas, en muchas ocasiones engañosas, manejadas en determinados círculos nos pueden obligar a repensar nuestros actuales modelos de democracia?

Ayudar a los que se quedaron en el camino

Olvidada la Crisis; el cambio de ciclo parece evidente, quedan por rescatar los miles de personas que quedaron por el camino sumidos en la desesperación de no poder recobrar su existencia cotidiana.

Aún no puede afirmarse que el horizonte esté libre de amenazas, algunas muy concretas, pero parece que si las decisiones, que se adopten, son las adecuadas el ciclo habrá cambiado y la crisis pasará, definitivamente, al olvido.

A la recuperación de la situación perdida hay que añadir el profundo cambio que está padeciendo la organización del trabajo por causa de la automatización y la digitalización.

La implantación de esas nuevas tecnologías siempre es aconsejable. Ahora bien, debiera realizarse desde una mejora en las condiciones de trabajo y una disminución del esfuerzo para las personas. Sin embargo, el riesgo a perder su puesto de trabajo parece cernirse sobre quienes verán sus oficios sustituidos por robots.

El proceso no es nuevo, pero, como todos los cambios tecnológicos, se ha acelerado en los últimos tiempos. Como viene siendo habitual, los cambios tecnológicos se mueven a una velocidad mucho mayor que los sociales, lo que genera nuevos desequilibrios que conducen a aumentos en el paro y en las exigencias formativas de los nuevos puestos de trabajo.

Parámetros excluyentes para determinadas personas. Especialmente aquellas que han alcanzado una determinada edad y carecen de bases educativas suficientes. A esas personas nuestra Sociedad puede haberlas condenado de por vida.

Ya sé que actualmente no se lleva, pero, como nos recuerda San Juan, el ser cristiano obliga a llegar, por encima de la justicia, al amor. Un sentimiento sublime.

"Un nuevo mandamiento os doy: que os améis los unos a los otros; como yo os he amado, amaos también vosotros mutuamente. En esto conocerán todos que sois discípulos míos, si os tenéis amor los unos a los otros[1]."

 

[1]     Evangelio de San Juan !3. 34-36