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Teledescanso

Escritor

Si en Islandia ha entrado en erupción un volcán, o si son setecientos cincuenta ya los infectados en Nueva Zelanda, o si el chimpancé del zoológico de Nueva York ha pasado la noche bien. Son cosas importantísimas para poder comenzar el día. Y, claro está, el tiempo. Si no, no sabré cómo vestirme, si de verano o invierno.

Lo reconozco, apagar la televisión es una terapia agresiva. Para unos, mucho más que para otros. Hay amas de casa que la tienen todo el día encendida, haciéndoles compañía. No pueden vivir sin ella. Con ese runrún de fondo mientras hacen la casa, o preparan la comida. El silencio les agobia.

Entiendo que se vea un programa determinado, las recetas de no sé quién, la novela, un evento deportivo, una película… Pero ¿poner la tele para “ver qué echan” y tragárselo sin más?

¿Y qué me dices de quienes viven pendientes –como si fuera su segunda vida– de los reality y de los comadreos porteriles (con todo mi respeto por el oficio de portero) de las vociferantes tertulias, en las que unos gritan a los otros, se interrumpen y alteran intimidades ajenas?

Víctimas de la manipulación, asisten embebidos a los borbotones de noticias –muchas de ellas contradictorias– que salpican la pantalla, taladrando la mente del espectador.

Se aceptan todo tipo de medidas para proteger la salud, el bien más preciado en nuestros días. Pero ¿y la salud emocional? ¿No debemos protegerla antes que nada?

La terapia es agresiva, lo sé, pero funciona. Comienza por practicar el teledescanso. Pasado algún tiempo, te aseguro que empezarás a notarte emocionalmente estable, aflorarán a tu espíritu mil cosas con las que entretenerte sanamente y tu pensamiento se elevará a otras esferas.

Ya lo veras.