Resulta lógico preguntarse si un libro tan antiguo puede ser relevante en nuestro postmoderno siglo XXI, donde la vida se ha vuelto tan tecnológica y ajetreada.

La Biblia ha sido traducida a casi 700 idiomas, pero solo el Nuevo Testamento a más de 2000 idiomas. Sin embargo, en último lugar, estas versiones son traducciones del texto original que estaba en hebreo, arameo o griego.

Se hallaron 11 cuevas, 600 pergaminos y cientos de fragmentos más, datados entre los años 250 a. C. y 66 d. C.

El protestante se acerca al texto sagrado pensando que la Biblia, por ser Palabra de Dios, es inteligible por sí misma, sin considerar la Tradición y el Magisterio.

Si de verdad queremos conocer lo que dice un autor, debemos remitirnos al contexto en el que escribe a partir de los años sesenta se comenzó a proponer el uso de diferentes disciplinas que con sus aportaciones nos ayudarían a interpretar mejor la Biblia.

Los cristianos tomaron de los judíos la costumbre de leer la Sagrada Escritura en sus celebraciones. Pero ellos agregaron a la Ley y a los Profetas también los libros correspondientes al Nuevo Testamento.

Para responder a esta pregunta es preciso que distingamos entre el AT y el NT. Las páginas veterotestamentarias se han ido fraguando principalmente en tres focos diferentes: