Dos fueron los grandes protagonistas que jugaron un papel decisivo en los orígenes del Cisma occidental: el Colegio de cardenales y el pueblo romano.

El largo proceso de distanciamiento entre Roma y Constantinopla, iniciado en el siglo V con el cisma de Acacio, y luego Focio, provocaría la ruptura final de 1054.

La piedad cristiana, que ha animado hasta hoy la vida espiritual de los pueblos católicos, se configuró en los siglos de la Cristiandad.

Los siglos XII y XIII constituyen la época clásica de la Cristiandad medieval. Si hubiera que señalar un rasgo capaz de caracterizar por sí solo los tiempos clásicos de la Cristiandad medieval, ese rasgo sería, sin duda alguna, su increíble vitalidad.

El asesinato de Tómas Becket en los peldaños del altar de la Catedral de Canterbury perpetrado por cuatro caballeros a petición del rey Enrique II de Inglaterra, el 29 de diciembre de 1170, despertó una inmensa emoción. También San Estanislao de Cracovia pagó con su vida defender la independencia de la Iglesia.

La cuestión planteada desde el principio del conflicto (1075) era el averiguar quién era el verdadero jefe de la Iglesia, quién tenía derecho de ordenar a los obispos o arzobispos: ¿el papa o el rey? Mal aconsejado por los que le rodeaban, Enrique IV pensó que le sería fácil librarse de un pontífice molesto y que una nueva elección le permitiría estar de acuerdo con un partidario más complaciente. 

Había pasado la hora de la franca transgresión de las leyes de la Iglesia, de la simonía y de los escandalosos desarreglos: lucha sin tregua contra esta plaga.