La veneración del Sagrado Corazón de Jesús no es una práctica devocional nueva. Siempre ha existido en la Iglesia, aunque haya adoptado formas particulares en distintas épocas.

Las formas en que María es honrada en mayo son muy variadas. En iglesias y colegios se levantan altares con flores y se le canta con especial devoción. María es la primavera de la gracia con su “hágase en mí según tu palabra”.

La cultura se asienta sobre bases sólidas cuando contiene nociones precisas sobre la perfección del hombre, especialmente sobre las facultades del alma o su relación con el cuerpo.

Detenernos de vez en cuando, mirar hacia nuestro interior, con calma, pausadamente durante unos días, puede ser de  mucho provecho. Es lo que propone la Iglesia con la práctica de los ejercicios espirituales, tan propios del tiempo de Cuaresma.

El papa Benedicto XVI dedicó toda una serie de audiencias, cuarenta y tres, a tratar de la oración. Extractamos aquí la primera de ellas, en la que aborda de modo específico, la oración cristiana, es decir, la oración que Jesús nos enseñó y que la Iglesia sigue enseñándonos.

Aunque el sacrificio de la Misa tenga en sí un valor infinito, los efectos que produce en nosotros son siempre finitos a causa de los límites mismos de la criatura y de los límites mismos de nuestra disposición interior.

Jesucristo es el Sacerdote principal del sacrificio de la Misa. La oblación interior, que fue el alma del sacrificio de la Cruz, perdura siempre en el Corazón de Cristo. Él mismo ofrece todas las Misas que se celebran cada día. ¿Cuál es el valor de cada una de esas Misas?