Un año más han pasado las fiestas, quizás, un poco más rápidamente y más tristemente que de costumbre.

Dice Herodoto[1] que “el pino es el único árbol del mundo que, una vez talado, no vuelve a retoñar, sino que se pierde definitivamente”.

Cada día, poco antes de que amanezca, las calles del barrio se vacían, cada uno embutido en su ropa europea camina hacia su trabajo, nadie regresará antes de que anochezca. 

Para su desgracia, en días pasados, su tierra ha vuelto a convertirse en noticia, la hambruna extrema ha regresado al Cuerno de África, en concreto a Somalia. Tras pasar la frontera, miles de personas se han refugiado en los campamentos improvisados por las autoridades de Etiopía.

El pasado verano asistimos, en Madrid, a un acto multitudinario de afirmación cristiana durante las Jornadas Mundiales de la Juventud. De lo sucedido, comentado por tirios y troyanos hasta la saciedad, me gustaría profundizar en dos aspectos, uno de los cuales, sobre todo, ha pasado casi desapercibido para el gran público.