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Purificación de la Virgen (II)

Escritor

obedeciendo a la Ley mosaica cumple el rito de la purificación, en este segundo centra la atención en Jesús, el Hijo de la Virgen, que es presentado en el Templo para ofrecer el rescate por el primogénito como manda la Ley de Moisés. En la nueva liturgia, en efecto, la fiesta se llama Presentación del Señor, recuperando así su carácter cristocéntrico, que no quita para nada importancia a María, sino que pone en su auténtica luz a la Madre, cuya gloria y excelencia depende y está siempre subordinada al Hijo.

'Cuando se cumplieron los días en que debían purificarse, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor....' (LC 2, 22...). "Con referencia a esta primera parte del texto, dice el Santo, se pueden hacer tres aplicaciones morales y considerar: la presentación de Jesús en el Templo, el cumplimiento de las esperanzas del justo Simeón, y su bendición profética".

"(...) ni el Hijo ni la Madre tenían necesidad de ser purificados con sacrificios, pero lo hicieron sólo para librarnos del temor a la ley, es decir, a la obediencia de la ley,  a la cual se obedecía sólo por miedo. (...) quien no tenía la posibilidad de ofrecer un cordero, ofrecía dos tórtolas o dos pichones de paloma.

(...) La Virgen María siendo pobrecita, hizo por su Hijo la ofrenda de los pobres, para que en todo quedase manifiesto la humildad del Señor". Es interesante la meditación que hace el Santo: "En las dos tórtolas están representadas dos clases de castidad; en los dos pichones de paloma dos clases de arrepentimiento. (...) Del mismo modo, el verdadero penitente, purificado con la mortificación del alma y del cuerpo, no tolera ninguna convivencia con el pecado mortal. (...) el penitente prorrumpe en gemidos de dolor, porque está totalmente lleno de la amargura de la contrición. En efecto dice: 'como golondrina chirrío, zureo como paloma' (Is, 38, 14)". y hace una exhortación al pecador: " Quien no disponga de un cordero (para el rescate), es decir de las riquezas ganadas con una vida honesta, recurra a las lágrimas de la compunción, que están representadas en los gemidos de la tórtola y de la paloma".

Levantaos, oh, muertos y venid al juicio

El cumplimiento de las epseranzas... "Simeón representa el penitente que, sea que coma, sea que beba, o que haga cualquier otra cosa, siempre siente aquella voz terribe que le dice. '¡Levantaos, oh, muertos y venid al juicio!'. (...) 'Movido por el Espíritu Santo, fue al Templo'. (...) El templo representa el amor de Dios y del prójimo: el amor de Dios protege, el amor del prójimo acoge. En tal templo nadie puede entrar sino en espíritu, no en la carne, porque es el espíritu el que vivifica, la carne no aprovecha para nada". El santo anciano con una vida fiel en el amor, ve cumplidas sus esperanzas, "¿Cuál recompensa podremos dar a un sirevo tan fiel? ¿Que cosa podrá ser adecuada a sus servicios?".

La bendición profética del santo anciano... 'Simeón lo toma en brazos'. "¡Oh gran humildad del Salvador! Aquel que ningún lugar puede contener es sostenido por los brazos de un anciano. El viejo hombre toma a un bebé, enseñándonos a despojarnos del hombre viejo, que se corrompe y a vestir aquel que ha sido creado según Dios. Lleva a Cristo en sus brazos aquel que acoge la Palabra de Dios no sólo con la boca sino con las obras de la caridad".

Simeón, exultante, dice: 'Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo vaya en paz, porque han visto mis ojos tu salvación' (Lc 2, 29-30). "Este niño que es la luz en la vida presente, será en el futuro la gloria de su pueblo, Israel, es decir de aquellos que ven a Dios.

Se digne concederla aquel que es bendito en los siglos. Amén".