Usted está aquí

Persecución de Jerusalén

Persecución de Jerusalén

El pueblo y mucho de los principales personajes de aquella nación se convertían a la fe de Jesucristo, pero los príncipes de la Sinagoga, haciendo caso omiso de los milagros, inocencia y santidad de vida de los cristianos, levantaron contra ellos una feroz persecución. Trataron de prenderlos y azotarlos cruelísimamente con varas. Aquellos valientes discípulos de Jesucristo, al paso que  se llenaban de júbilo por ser hallados dignos de padecer por su divino Mestro, adquirían nuevas fuerzas y aún parecía que los mismos azotes les infundían mayor valor.

Martirio de San Esteban

La primera víctima de esta persecución y el primer mártir de la fe cristiana fue San Esteban. Los Apóstoles le habían ordenado de diácono, esto es, ministro, en campañia de otros seis fervorosos cristianos, para que asistieran a la mesa, cuidaran de los pobres y administraran la Santa Eucaristía. Los judíos se las arreglaron para deshacerse de San Esteban, que les pareció el más celoso. Habiendo salido confundidos de una disputa que tuvieron con él acerca de la fe, de tal modo se indignaron que le prendieron, le arrastraron fuera de Jerusalén, y a pedradas, le dieron muerte. Se llama Protomártir porque fue el primer mártir que dio su vida por Jesucristo.

San Pedro librado de la cárcel

Poco tiempo después, el Apóstol Santiago el Mayor fue descapitado por orden del rey Herodes. Viendo Herodes que la persecución de los cristianos agradaba a los judíos, hizo encarcelar también a San Pedro, para darle muerte después de las solemnidades pascuales. Pero un ángel, enviado por Dios, le liberó milagrosamente la noche anterior al día que debía verificarse su suplicio.

De esta suerte se salvó San Pedro y quedaron frustrados los deseos del rey Herodes.

San Pablo y su conversión

La persecución de Jesuralén pareció mitigarse algún tanto con la muerte espantosa del rey Herodes, y con la conversión de uno de los más encarnizados perseguidores de los cristianos. Era éste Pablo, conocido antes bajo el nombre de Saulo. Había nacido en Tarso, capital de Cilicia, de padres judíos, de la tribu de Benjamín. Dotado de mente sagaz y de carácter ardiente y emprendedor, fue enviado a Jerusalén a cursas sus estudios bajo un doctor de la ley, llamado Gamaliel, fariseo en sus creencias. Pablo había contribuido mucho a la muerte de San Esteban, y como si corta edad no le permitía arrojar piedras al santo Mártir, cuidaba de los vestidos de sus compañeros y los animaba a darle pronta muerte. En fin, hacía cuando estaba en su poder para que los cristianos fuesen en todas partes perseguidos. Y, a fin de perseguirlos con mayor autoridad, obtuvo licencia para ir a buscarlos a la ciudad de Damasco y llevarlos encadenados a Jerusalén. Mientras se  dirigía a Damasco respirando contra ellos amenazas y estragos, llegó el momento en que dla divina Providenciaquería hacer de un perseguidor un apóstol del Evangelio.

Ya había andado la mayor parte del camino, cuando de repente le circundó una luz muy brillante y oyó una voz que le dijo:

-Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?

Herido Saulo por aquellas palabras, como por un rayo, cayó en tierra y con voz temblorosa, contestó: -¿Quién sois, Señor?

La voz continuó:

--Yo soy Jesús Nazareno; persiguiendo a mis discípulos a Mí me persigues. Dura cosa es para ti dar coces contra el aguijón.

-¿Qué queréis que haga? -añadió Pablo.

-Levántate –dijo la voz-, entra en la ciudad de Damasco y allí se te dirá lo que has de hacer.

Se alzó Pablo del suelo, abrió los ojos y conoció que estaba ciego; así es que se vio obligado a hacerse guiar por sus compañeros a Damasco. Allí recibió el bautismo de manos de un discípulo llamando Ananías. Mientras se le administraba este sacramento, se le cayeron de los ojos unas telitas como escamas y recobró el uso de la vista. Lleno de gratitud hacia Dios por el beneficio recibido, se puso inmediatamente a predicar el Evangelio. Los que habían conocido el furor con que Pablo perseguía a los cristianos, se llenaron de asombro ante aquel cambio tan repentino. Pero venciendo él todo respeto humano, no se cuidaba de lo que decían acerca de su comversación, y disputaba con los judíos, probándoles, con la Sagrada Escritura y con los milagros, que Jesucristo er el Mesías anunciado por los profetas, enviado por Dios para salvar a los hombres.