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Pacificador en una grave crisis conyugal

Le respondió ella: “Es cierto, vengo de estar con los frailes menores, a los que amo en Dios; ha sido por acudir a ellos que regreso tan tarde”. Cegado por la rabia, la tomó por los cabellos y tanto la arrastró aquí y allá, que terminó por arrancarle toda la cabellera. Viendo esto, la señora hizo recoger los cabellos e, inspirada por la fe, los puso sobre la almohada, reclinando después la cabeza. Al despuntar el alba, mandó a un sirviente buscar a san Antonio, rogándole acudir pronto a ella, porque no se encontraba bien. Pensando el hombre santo que la mujer deseaba confesarse, se apresuró a su casa, y ésta le dijo: “Hermano Antonio, vea lo que he sufrido por amor de sus frailes”. Le narró lo sucedido, añadiendo con fervor de espíritu: “Si quisiera rogar a Dios por mí, estoy segura que él me devolverá la cabellera de antes”. Y el santo: “Señora, ¿me ha hecho venir por esto?” Regresando al convento, reunió a los frailes y les contó lo que había sucedido a aquella mujer y les expuso su petición. Concluyó: “Oremos, hermanos, y el Señor tendrá consideración, como lo espero, de su fe”. Inmediatamente, mientras el santo oraba, los cabellos regresaron como antes a la cabeza de la señora. 2

Cuando el marido regresó, la mujer le mostró la cabeza, contándole lo que había sucedido. Éste permaneció estupefacto y, bajo el influjo de la gracia divina, sanó completamente de la sospecha y celos, volviéndose obsequioso con los frailes, amigo y devoto suyo.

El aguacero no moja a una sirvienta que trabaja para los frailes3

El hombre santo vino a Brive, en la diócesis de Limoges, y allí fue el primero en establecer un lugar para los frailes menores. Después, en una gruta lejos del poblado se preparó una celda, viviendo solitario en gran austeridad inmerso en la contemplación4.

Excavó en la roca una fuente, que recibe el agua que destila de la peña.

Un día el cocinero no tenía nada con qué preparar la comida de los frailes. Entonces el santo se lo refirió a una señora devota suya, rogándole que le hiciese el favor de mandarle algunas legumbres de su huerto5 para la refección de los frailes bajo su cuidado. Caía una lluvia torrencial. La señora llamó a la sirvienta y, hablándole con dulzura, le rogó que fuera de prisa al huerto y llevara las verduras necesarias para la cocina de los frailes.

La propuesta resultó odiosa para la sirvienta, a causa del diluvio que estaba cayendo. Al final, convencida por la insistencia de la señora, se fue al huerto, recogió cuanto hacía falta para la mesa  de los frailes y lo llevó todo al convento, que quedaba muy lejos del pueblo. Sin embargo, aunque el aguacero no hubiese cesado ni un momento, la sirvienta no se empapó las ropas ni se mojó el cuerpo.

Regresando a casa con las ropas secas, la mujer refirió que, aun lloviendo sin parar ni una gota la había mojado. Pedro de Brive, hijo de la señora antes mencionada y canónigo de Noblac6, narraba frecuentemente con exultación y gozo, en alabanza del santo, este milagro, que su madre le había contado.

Revela a los frailes un engaño de Satanás7

Mientras estaba en aquella misma provincia, sucedió que una tarde, después del rezo de

Completas, se quedó inmerso en oración, de acuerdo a su costumbre. Algunos frailes, saliendo de la capilla, vieron un vasto campo, propiedad de un amigo suyo, invadido por una multitud de hombres, que lo estaban devastando, arrancando de raíz las espigas de trigo.

Desolados por el daño infligido a un amigo querido, se precipitaron a paso rápido hacia el hombre de Dios y le refirieron con voz alterada el desastre que estaba sufriendo el benefactor de la Orden. El hombre de Dios les respondió: “Déjenlos en paz, hermanos, déjenlos y recójanse nuevamente en oración.

Este es nuestro Adversario, que quiere darnos una noche de inquietud, distrayendo nuestro ánimo de la oración.

Sepan con seguridad que, en esta ocasión, ningún daño o devastación afectarán al campo de nuestro amigo”.

Obedecieron los frailes la admonición del padre santo y esperaron a la mañana siguiente

para ver cómo habría terminado todo. Al despuntar el alba, observando el campo por todas partes, constataron que estaba como antes, completamente intacto e ileso. De allí comprendieron que se había tratado de un engaño del demonio, y por ello tuvieron en mayor reverencia la devoción y oración del santo, que había desenmascarado aquella fantasmagoría diabólica.

1) Encontramos el mismo relato en el

manuscrito Vaticano Latino 7592. Quizás el

autor de nuestra antología lo transcribió de alguna

colección de milagros o bien tuvo noticia

por narración oral. Antonio se representa

como pacificador en una grave crisis conyugal.

2) Detalle significativo: la intervención

milagrosa de Dios se debe a la oración de toda

la familia fraterna de la que es miembro el santo,

no a una intervención personal.

3) También esta pintoresca narración proviene

de la Rigaldina 7, 10-17.

4) Brive es centro del culto antoniano en

tierras de Francia, con su santuario de las Grutas.

Serranno es el primero en informarnos de

la vida eremítica conducida por el santo en ese

lugar.

5) Interesante información sobre el sustento

de los antiguos franciscanos: era de norma

entre éstos el régimen vegetariano; además

de las huertas no parece que la austera dieta

prevea otras fuentes.

6) St.-Léonard-de-Noblac, en los alrededores

de Limoges.

7) Extraño caso de fantasmagoría diabólica,

proveniente de la Rigaldina 8,2-9. La comunidad

de los frailes acaba de terminar el canto de

Completas, la oración litúrgica de la tarde,

cuando Satanás interviene para estropear la paz

y el recogimiento. Como gran experto en las

cosas de Dios y del alma, Antonio interviene

aplacando los ánimos desconcertados por la

intervención infernal.