Hoy son muchas las personas que viven solas en sus casas, sin compañía alguna. A veces, esa soledad u otras formas de carencia de consuelos humanos pueden hacerse duras e incluso muy duras. Sin embargo, un pensamiento que nos puede ayudar mucho en las ocasiones de soledad en nuestra vida para sacar provecho espiritual de ellas y además encontrar alivio es el que propongo a continuación.
Aunque no haya otra persona humana con nosotros, siempre estamos en compañía de nuestro ángel de la guarda, tal como nos enseña la Iglesia: todos hemos recibido un ángel custodio que nos acompaña en el camino de nuestra vida para poder llegar al Cielo, evitando los peligros morales y muchas veces también los físicos, y orientándonos a obrar el bien. Sabemos que nuestro ángel de la guarda siempre está viendo el rostro de Dios, según lo expresó también Jesús al referirse especialmente al de los niños y al de todos los pequeños espirituales que “están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial”(Mt 18,10). Y además, Jesús ha dicho: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20).
Cristo está en medio de nosotros. Y si está Cristo, con Él están también el Padre y el Espíritu Santo. Y si está la Santísima Trinidad, con ella está la Santísima Virgen. Y si están la Santísima Trinidad y la Santísima Virgen, también está presente allí toda la corte celestial de ángeles y santos del Cielo. Por lo tanto, la soledad resulta ser en realidad una compañía espiritual enormemente poblada.
Rezar con los ángeles
El papa Benedicto XVI enseñó que debemos recalar en el hecho de que los ángeles han de constituir una parte no poco importante en nuestra vida espiritual. El 29 de septiembre de 2008, con ocasión de la fiesta de los Santos Arcángeles, dijo que “la presencia invisible de estos espíritus bienaventurados nos ayuda y consuela: ellos caminan a nuestro lado y nos protegen en toda circunstancia, nos defienden de los peligros y podemos recurrir a ellos en todo momento”; por eso debemos “invocar con confianza su ayuda, así como la protección de los ángeles custodios”; “muchos santos mantenían con los ángeles una relación de verdadera amistad y hay muchos episodios que testimonian su asistencia en particulares ocasiones. Los ángeles son […] un válido auxilio en la peregrinación terrena hacia la patria celestial”. Por otra parte, el 1 de marzo
de 2009 exhortó: “Invoquémosles a menudo para que nos sostengan en el empeño de seguir a Jesús hasta identificarnos con Él”.
En efecto, ellos son intercesores nuestros ante Dios y Él los ha creado para que nos ayuden en el camino hacia la vida eterna. De ahí la importancia de rezar a los ángeles, de pedir su asistencia y de tenerlos también por modelos de fidelidad a Dios. De ahí ocupar un lugar importante en nuestra vida espiritual, más aún si tenemos en cuenta una realidad como aquella en la que incide San Isidoro de Sevilla al decir que, “gracias a la encarnación de Cristo, no sólo se reconcilió el hombre con Dios, sino que se restableció también la paz entre los ángeles y los hombres. […] Cuando la humanidad es asumida por Dios, también el ángel la saluda con respeto, pues leemos que el ángel Gabriel saludó a María, y, cuando Juan saludó al ángel [en el Apocalipsis], éste mismo le dijo: ‘Mira, no hagas esto, pues soy consiervo tuyo, como también de tus hermanos’ (Ap 22,9). Por donde conocemos que, en virtud de la encarnación del Señor, fue devuelta la paz a los hombres y a los ángeles” (Los tres libros de las Sentencias, I, 10, 26 y 29).