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Necesitamos silencio

Es de noche, silencio, paz, casi todo duerme… Es de día y en la calle se oyen pasos, desde las ventanas, a borbotones: ruidos musicales, seriales, motores, bocinas, accidentes, ambulancia ruidosa, carreras, ruido, ruido… Estamos como drogados por la impaciencia y la prisa y con cierta fiebre de acontecimientos ruidosos. Hay personas que mucho le molestan las prisas, el ajetreo, los ruidos, y los hay “a tutiplén”. El teléfono móvil, un gran invento para bien y para no dejarnos tranquilos con sus muchas llamadas de todo tipo. Un proverbio chino reza así: “a veces puedes aplastar a una persona con el peso de tu lengua.” Eso hacen los que llaman por el móvil para ofrecerte un sin fin de cosas… En alguna reunión de amigos y conocidos, alguno con su perorata, hablar, hablar, hablar, el rollo que sueltan es una tortura parlante que nos causa dolor de cabeza y nos pone los nervios de punta. Razón tiene la Biblia (Eclesiastés) al decir: “La lengua de los sabios está en su corazón; la de los necios en su boca.” Por León, hay un valle que se denomina, por su serenidad, el Valle del silencio. Dicen que miles de monjes de ambos sexos, desde el siglo VII y más tarde en el siglo IX, empezaron la aventura solitaria del silencio para buscar a Dios. El mito del oro, lo hubo por esas tierras, los romanos tenían una explotación, los monjes también hallaron oro, pues ¿no se ha dicho que el silencio es oro? Algún personaje ha dado estos consejos sobre el silencio para que este nos haga bien: “Sólo habla bien de todos a todos. El camino del silencio conduce a la casa del cariño y del respeto. Cuanto más callados estemos mejor escucharemos. Si hablamos al mismo tiempo que otros perdemos la facultad de oír.” Todo esto es cierto: hablamos como cotorras, oímos mucho, pero escuchamos muy poco.