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Modelo que no pierde actualidad

Desde pequeño supo, con la gracia de Dios, emprender el camino que Dios había elegido para él y supo seguirlo con firmeza y voluntad. El Padre Cheranché, biógrafo del santo[1], nos dice que: Dª Teresa de Tavera, su madre, había sabido inculcar en sus hijos, poco a poco, las enseñanzas del Evangelio, formando el corazón de su hijo, elevándole a aquella rectitud de carácter y aprecio de las grandes acciones que consideraba como la mejor herencia de la nobleza.

Lo que más sobresale en esta educación es la devoción a la Reina del cielo, devoción tan tierna como intensa. Al dulce influjo de esta devoción todas las virtudes germinan y crecen en el corazón de Fernando con rapidez pasmosa.

Hemos visto a lo largo de los relatos de la vida de San Antonio, como a los diez años, en sus frecuentes visitas a la Catedral -cercana a su casa- donde iba a hacer sus visitas al Santísimo y a estudiar, se produjo el primer milagro en su vida, al ahuyentar una tentación haciendo el signo de la Cruz en la pared de las escaleras que suben al coro.

Un paso adelante

La decisión, a los 15 años, de dar un paso adelante, en su entrega Dios, le lleva a ingresar en el Monasterio de San Vicente de Fora, de los Canónigos Regulares de San Agustín, fundado en 1147, unos años después del que habían fundado en Coimbra (1134). Esta voluntad de servir a Dios fuera del mundo, nos muestra un carácter recio y con las ideas muy claras, lo que se corroborará cuando decide trasladarse de monasterio lisboeta al de Coimbra, para evitar las continuas visitas de familiares y amigos que, de alguna manera, le distraían en su vida monástica de oración y estudio.

Es muy interesante comprobar cómo Dios va modificando los planes iníciales de Fernando y cómo éste se va acoplando a la voluntad divina sin reproches. Este “acoplamiento” personal con la voluntad de Dios se verá remarcado con la aparición en Coimbra de los Frailes Menores (franciscanos), Orden mendicante recién fundada por San Francisco de Asís en Italia, que protegida por la Reina de Portugal, había abierto un éremo en las proximidades de Coimbra, en San Antonio de los Olivares.

El contacto con estos frailes y la impresión y admiración que produjo en Fernando el martirio de cinco de ellos en tierras de Marruecos, hizo que se acercara a ellos y tomara la decisión de cambiar de Orden. Es este momento cuando cambia su nombre en el mundo por el de Antonio; los Frailes Menores se ven reforzados en su actividad espiritual, ya que Antonio, sacerdote, les aporta su sacerdocio.

Ante todo, ¡Dios!

La entrega a Dios y a sus semejantes es una virtud que siempre caracterizó la vida de Fernando, primero, y de Antonio después: quiere ser misionero y mártir, pero la enfermedad le obliga a abandonar esta misión en Marruecos; decide volver a Portugal y la tempestad le hace arribar a Sicilia; está recuperándose de su precaria salud y la convocatoria de Capítulo General por Francisco le hace moverse, para incorporarse al mismo, donde pasa desapercibido.

Una situación imprevista, en un encuentro con padres dominicos en Forli, le piden que improvise un discurso; lo hace tan maravillosamente que asombra a todos y se produce el descubrimiento, por parte de sus superiores, de su talento, conocimientos y dotes oratorias. Su vida da un giro radical, que él, obediente y humilde acepta con naturalidad. De pasar desapercibido a convertirse en maestro de Teología, por decisión de San Francisco.

Hasta aquí hemos visto cómo nuestro santo ha ido forjando su vida y su vocación al servicio de Dios, apoyándose en las orientaciones espirituales que había recibido de niño de su madre – Dª Teresa de Tavera -, en una vida de espiritual, cimentada en la oración y las prácticas religiosas, y por último en una confianza total en la voluntad divina, que aceptaba con naturalidad.

Comité de Redacción


[1] S. Antonio de Padua (Barcelona – 1898)