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Miércoles de Ceniza

I El ayuno

2.‑ Cuando ayunéis, etc. En esta primera parte debemos considerar cuatro cosas: la simulación de los hipócritas, la unción de la cabeza, el lavado de la cara y el ocultamiento

del bien.

Se lee en las Ciencias Naturales (Aristóteles) que con la saliva del hombre en ayunas se resiste a los animales que tienen veneno; más aún, si la serpiente la ingiere, muere (Plinio). Entonces, en el hombre en ayunas hay de veras una gran medicina.

Adán en el paraíso terrestre, mientras ayunó del fruto prohibido, permaneció en la inocencia. He ahí la medicina, que mata a la serpiente, al diablo, y que restituye el paraíso,

perdido por culpa de la gula. También de Ester se dice que castigó su cuerpo con el ayuno para destituir al orgulloso Amán y reconquistar para los judíos la benevolencia del rey Asuero.

Ayunad, pues, si queréis conseguir estas dos cosas: la victoria contra el diablo y la restitución de la gracia perdida. Pero, cuando ayunéis, no os mostréis tristes como los hipócritas, o sea, no ostentéis vuestro ayuno con la tristeza del rostro. Jesús no prohíbe la virtud, sino fingirla.

Dicen que el hipócrita está aparentemente cubierto de oro, pero en su interior, o sea, en su conciencia, es de barro. Este es el ídolo de los babilonios, o sea, Bel, del que dice Daniel: No te dejes engañar, oh rey; este ídolo por fuera es de bronce, pero de barro por dentro. (14, 6).

El bronce resuena y aparentemente puede parecer oro. Así el hipócrita ama el sonido de la alabanza y ostenta una apariencia de santidad. El hipócrita es humilde en el rostro, modesto en el vestido, quedo en la voz, pero lobo en su mente.

Esta tristeza no agrada a Dios. Admirable manera de granjeare alabanzas es dar señales de tristeza. Los hombres suelen alegrarse, cuando ganan dinero. Pero son dos asuntos distintos: en éstos hay vanidad y en los otros, falsedad.

(…) Sería insensato el que vendiera un marco de oro por una moneda de plomo. Vende

un objeto de gran valor por precio vil quien entrega el bien que hace por granjearse alabanzas de los hombres.

3.‑ Tú, en cambio, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu cara. Esto está de acuerdo con lo que dice Zacarías: Así dijo el Señor de los ejércitos: El ayuno del cuarto mes, del quinto, del séptimo y del décimo se convertirán para la casa de Israel en gozo y alegría y en días de gran fiesta (8, 19).

La casa de Judá se interpreta como el que manifiesta o alaba, y es figura de los penitentes que, al manifestar y al confesar sus pecados, dan alabanza a Dios. Para éstos es, y debe ser, el ayuno del cuarto mes, porque ayunan (se abstienen) de cuatro cosas: de la soberbia del diablo, de la impureza del alma, de la gloria del mundo y de la injuria al prójimo. Este es el ayuno que escogí, dice el Señor (Is 58, 6).

El ayuno del quinto mes consiste en refrenar los cinco sentidos para que no anden en devaneos y placeres ilícitos. El ayuno del séptimo, excluye la codicia terrena. Pues de la misma manera que se lee que el séptimo día no tiene fin, así la codicia del dinero no tiene fondo ni hartura.

El ayuno del décimo mes es el cese de toda finalidad mala. El diez es el final de los números. El que quiera seguir contando tendrá que comenzar por uno a partir de diez. El Señor se queja por boca de Malaquías: Vosotros me estáis engañando y me decís: ¿En qué te engañamos? En los diezmos y en las primicias (Ez 3, 8), o sea, en el mal fin y en el principio de una intención perversa. Y fijémonos que pone los diezmos antes que las primicias, porque es sobre todo por el fin corrompido lo que echa a perder toda la obra que precede. Este ayuno se transforma para los penitentes en gozo del espíritu, alegría del amor divino y en espléndidas solemnidades de conversación celestial. Esto quiere decir ungir la cabeza y lavar la cara. Unge la cabeza aquel que en su interior está colmado de alegría espiritual, y lava su cara aquel que embellece sus obras con una vida honesta.

4.‑ Hay otra interpretación. Cuando ayunes... Durante esta cuaresma son muchos los que ayunan, y, sin embargo, persisten en sus pecados. Estos no ungen sus cabezas.

Observa que hay tres clases de ungüento: suavizante, corrosivo y punzante. El primero lo produce el pensamiento de la muerte, el segundo la inminencia del futuro juicio y el tercero el infierno.

Hay cabezas cubiertas de pústulas, verrugas y roña. La pústula es un tumor de pus en la superficie; verruga es carne de sobra, por eso verrugoso quiere decir superfluo: la roña es sarna seca que afea. En estas tres cosas significas la soberbia, la avaricia y la lujuria inveterada.

Mas tú, oh soberbio, pon ante los ojos de tu alma la corrupción del cuerpo, su podredumbre y su hedor. ¿Dónde estará entonces la soberbia de tu corazón, dónde la ostentación de tus riquezas? Entonces ya no habrá palabras infladas de viento, porque con una pequeña punción de aguja se desinfla el balón. Estas verdades, meditadas en lo íntimo, ungen la cabeza cubierta de pústulas, o sea, humillan la mente orgullosa.

Y tú, avaro, acuérdate del juicio final, donde hay un Juez airado, un verdugo dispuesto a atormentar, demonios que acusan y conciencia que remuerde. Entonces, como dice Ezequiel: tirarán en las calles tu plata, tu oro se tornará en estiércol; no te salvará tu plata ni tu otro el día de la ira de Yahveh (Ez 7, 19). Estas verdades, meditadas con atención, corroen y desprenden las verrugas de las cosas superfluas y las reparten entre los que carecen de lo necesario. Te ruego, pues, que cuando ayunes, unjas tu cabeza con

este ungüento, para que lo que te sustraes a ti mismo, lo ofrezcas al pobre.

Y tú, oh lujurioso, piensa en el fuego inextinguible de la gehena, donde habrá muerte sin muerte y fin sin fin; donde se busca la muerte y no se la encuentra; donde los condenados se comerán la lengua y maldecirán a su Creador. La leña de aquel fuego son las almas de los pecadores, y el soplo de la ira de Dios las enciende. Por eso dice Isaías: Está preparado desde ayer, es decir, desde la eternidad, que para Dios es como el ayer inmediato, el Tofet, es decir, el infierno, profundo y ancho, Su alimento es fuego y mucha leña; el soplo de Yahveh, como torrente de azufre, es el que lo enciende. Éste es el ungüento punzante que curra la inveterada lujuria del alma. Como un clavo se arranca con otro clavo, así estas cosas bien meditadas echan fuera el espíritu de la lujuria. Tú, pues, cuando ayunes, unge tu cabeza con tal ungüento.

5.‑ Sigue: Lávate la cara. Cuando las mujeres, van a salir a la calle, se miran al espejo y se quitan cualquier mancha de la cara lavándose con agua. Mírate tú también en el espejo de la propia conciencia, y si hallas en ella mancha de algún pecado, acércate inmediatamente a la fuente de la confesión. Pues cuando la cara del cuerpo se lava con lágrimas en la confesión, la cara del alma queda esclarecida. Fijémonos en que las lágrimas son claras contra la oscuridad, cálidas contra el frío, saladas contra el hedor del pecado.

Para no mostrar a los hombres que ayunas. Ayuna para los hombres el que busca su aplauso; en cambio, ayuna para Dios el que se mortifica por su amor y lo que se quita a sí mismo, se lo da a otros. Sino tu Padre que está en lo secreto. Comenta la Glosa: El Padre está dentro por la fe y premia lo que se hace en secreto. Debemos, pues ayunar allí, para que lo vea el Padre. Y es necesario que el que ayuna, ayune de manera que agrade a

Aquél que lleva dentro del corazón, Amén.

II La limosna

6.‑ No amontonéis tesoros en la tierra. La herrumbre consume los metales y la polilla los

vestidos. Lo que éstos dejan intacto lo roban los ladrones. Con estas tres expresiones se condena toda avaricia.

Veamos lo que significa en sentido moral la tierra, los tesoros, la herrumbre, la polilla y los ladrones.

La tierra, llamada así porque se seca (en latín, terret) por la seguía natural, simboliza la carne, que es tan sedienta que nunca dice basta. Los tesoros son los sentidos preciosos del cuerpo. La herrumbre, enfermedad del hierro, llamada así del verbo erodo, roer, es la lujuria, que apaga el esplendor del alma y la consume. La polilla (tinea), que viene de tener, es la soberbia o la ira. Los ladrones (en latín fur/furvus-: oscuro), que trabajan en la oscuridad de la noche, son los demonios. Por tanto, si hacemos algo en la carne, escondemos tesoros en la tierra, es decir, cuando ocupamos los sentidos preciosos del cuerpo en deseos carnales o terrenos, la herrumbre, es decir, la lujuria, los con sume. Después, la soberbia, la ira y otros vicios, destruyen los vestidos de las buenas costumbres. Si algo queda de ellos, lo roban los demonios, siempre atentos a despojarnos

de los bienes espirituales.

Sigue: Atesorad tesoros en el cielo. La limosna es un gran tesoro. Las manos de los pobres, dice san Lorenzo, han llevado los bienes de la Iglesia a las arcas del cielo. Atesora en el cielo el que da a Cristo; da a Cristo el que reparte entre los pobres. Dice el Señor: Lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis. La palabra limosna en griego significa misericordia. Se llama misericordia porque riega el corazón mísero. Se riegan los huertos para cosechar frutos. Riega también tú el corazón del pobre miserable con la limosna, que llaman agua de Dios, para cosechar frutos en la vida eterna. El cielo sea para ti el pobre; deposita en él tu tesoro para que tu corazón esté allí siempre, sobre todo en esta santa cuaresma. Donde está el corazón están los ojos, y donde están éstos dos, está la inteligencia, de la cual dice el Salmo: Bienaventurado el que entiende el necesitado y el desvalido. Por eso dice Daniel a Nabucodonosor: Sírvete aceptar mi consejo, rey; redime tus pecados con limosnas, y tus iniquidades con misericordias a los pobres. Muchos son los pecados y las iniquidades; por eso, deben ser muchas las limosnas y misericordias con los pobres, para que redimidos por ellas del cautiverio del pecado, podáis volver liberados a la  patria celeste. Ayúdenos Él, que esbendito por los siglos. Amén.

III Sermón moral

7.‑ Se lee en el libro de los jueces que Gedeón expugnó los campamentos de Madián con lámparas, trompas y ánforas (Jue 7, 16‑23). También Isaías dice: He ahí, el Dominador, el Señor de los ejércitos quebrantará con el terror el ánfora de cerámica; los altos de estatura serán cortados, y los poderosos serán humillados. La selva espesa será destruida con el hierro, y el Líbano caerá con sus altos cedros (Is 10, 33‑34).

Vamos a considerar qué significado moral tienen Gedeón, la lámpara, la trompa y el ánfora. Gedeón se interpreta el que da vueltas en el útero, y simboliza al penitente que, antes de acercarse a la confesión, debe dar vueltas en el útero de su conciencia, en la cual es concebido y engendrado el hijo de la vida o de la muerte. Debe pensaren su edad y en cuántos años podía tener cuando comenzó a pecar mortalmente; y después cuántos y cuáles pecados mortales cometió y cuántas veces. Cuántas y cuáles fueron las personas, con las que pecó.

En qué lugares y en qué tiempos, si en privado o en público, si espontáneamente o constreñido; si antes fue tentado o si pecó antes de ser tentado, lo que sería mucho más grave. Si ya se confesó de estos pecados;y, si después de haberse confesado, volvió a caer en los mismos pecados, y cuántas veces, porque en este caso habría sido más ingrato a la gracia de Dios. Si descuidó la confesión, y cuánto tiempo permaneció en el pecado sin confesarse; y si, estando con el pecado mortal, recibió el cuerpo del Señor.

De este giro de inspección se dice en el primer libro de los Reyes: Samuel fue juez en Israel todos los días de su vida. Y anualmente visitab Betel, Gálgala y Masfa. Y después regresaba a Rama, donde tenía su casa (I Sam 7, 15-16).

Samuel significa el que escucha al Señor, Betel casa de Dios, Gálgala colina de la circuncisión, Masfa el que contempla el tiempo, Rama vio la muerte.

El penitente, que oye al Señor que dice: ¡Hagan penitencia!, debe juzgarse a sí mismo todos los días de su vida, para ver si puede ser Israel, o sea, para ver a Dios. Todos los años, durante la cuaresma, debe examinar la propia conciencia, que es la casa de Dios; y todo lo que halle de nocivo o superfluo, amputarlo en la humildad de la contrición.

Debe también examinar el tiempo pasado, buscando con diligencia lo que cometió y lo que omitió; y después de todo esto volver siempre al pensamiento de la muerte, que debe tener delante de los ojos y vivir con este pensamiento.

8.‑ El penitente, después de haber dado esta vuelta como diligente explorador, en seguida debe encender la lámpara que arde e ilumina, en la que se indica el corazón contrito, que, al mismo tiempo que arde, ilumina. (…) He aquí lo que hace la verdadera contrición.

Cuando el corazón del pecador se enciende con la gracia del Espíritu Santo, quema por el dolor e ilumina por el conocimiento de sí mismo; entonces las espinas, o sea, la conciencia llena de espinas y de remordimientos, y las zarzas, o sea, la tormentosa lujuria, son destruidas, porque se le devuelve la paz en lo interior y en lo exterior. (…)

¡Afortunado aquel que quema e ilumina con esta lámpara! De ella dice Job: Lámpara despreciada en el pensamiento de los ricos, preparada para el tiempo establecido (Job 12, 5 texto de la Bulgata). Las preocupaciones de los ricos de este mundo son: guardar las cosas adquiridas y sudar para conquistar otras; y por ello raramente o nunca se halla en ellos la verdadera contrición. Ellos la desdeñan, porque sólo anhelan las cosas transitorias. Mientras persiguen con tanto ardor los placeres de las cosas temporales, olvidan la vida

del alma que es la contrición, y se encuentran con la muerte. (…)

9.‑ Pero aquí llega el tiempo de la Cuaresma, instituido por la iglesia, para perdonar los pecados y salvar las almas. Para este tiempo está preparada la gracia de la contrición, que ahora, de manera espiritual, está ante la puerta y llama. Si quieres abrirle y acogerla, ella cenará contigo y tú con ella.

Y entonces comenzarás a tocar la trompeta de manera admirable, que es la confesión del pecador arrepentido. De ella se lee en el Éxodo: Todo el monte Sinaí humeaba, porque el Señor había descendido sobre él en medio del fuego; y el humo subía como el humo de un horno; y todo el pueblo temblaba. Y el sonido de la trompeta se hacía cada vez más fuerte y persistente (Ex 19, 18‑19).

Estas palabras describen cómo debe portarse el pecador en la confesión. Se llama monte por no tener movimiento.

El monte Sinaí, que quiere decir mis dientes, es el penitente, que resiste firme la tentación;

que lacera sus dientes, o sea, con sus reprimendas, su carne, o sea su carnalidad.

Todo él humea en lágrimas que suben  del horno de la contrición, fruto de la gracia que baja del cielo. Todo el pueblo temblaba: lágrimas y tristeza en el rostro, pobreza en el vestir, dolor en el corazón, gemidos y suspiros en la voz. El sonido de la trompeta, es decir, la confesión, se hacía cada vez más fuerte.

Fíjate aquí en la manera de confesarse. Al principio de la confesión debe comenzar acusándose a sí mismo, declarando cómo pasó de la sugestión al deleite, del deleite al consentimiento, del consentimiento a la palabra, de la palabra al hecho, del hecho a la asiduidad, de la asiduidad al hábito. (…)

10. Hecha la confesión, debe ser impuesta la satisfacción (…) que consiste en tres cosas: respecto a Dios, oración; para con el prójimo, limosna, y para consigo mismo, ayuno, para que la carne, que alegremente dejó la culpa, ahora, mortificada, lleve al perdón. Dígnese concedérnoslo Él, que es bendito por los siglos. Amén.

(Extraido de Sermones Dominicales y Festivos,

tomo II, páginas 2074 a 2089. Publicaciones

del Instituto Teológico Franciscano, Murcia

1995)