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Las fantasías de Pepito

En realidad, su madre había sido una joven de familia rica, pero después de sufrir una violación callejera, se negó a abortar a la criatura inocente que había concebido y sus padres – crueles e inhumanos, mirando sólo por la honra mundana de la familia - la habían echado definitivamente de casa. Los tumbos que dieron por la vida ella y el pobre hijito mejor no detallarlos. Pero fiel a sus principios cristianos, educó a Pepiño enseñándole el catecismo, llevándole a la iglesia todos los domingos y haciéndole rezar a Jesús y a María al acostarse por las noches.

La buena mujer, aun en plena juventud, consumida por la pena y la soledad, contrajo una enfermedad mortal por la que dejó al párroco el encargo de que cuidase y protegiera al niño que iba a quedar solo en este mundo. Y cuando la madre murió, al principio el chico se consideraba, a sus 13 años cumplidos, autosuficiente y, aunque agradecía la supervisión del párroco, prefería de momento vivir a su aire, solo en la casuca, pedir limosna y vagar por ahí en vez de someterse a un horario y asistir a unas clases, integrado en el orfelinato de la parroquia.

Sucesos imprevistos

Cuando Pepiño asistió a la última Misa dominical, las mujeres de Caritas le dieron, al entrar, una barra de pan y una caja de quesitos en porciones, para que cenara aquella noche; por otro lado, en la puerta de la iglesia los feligreses le pusieron en la mano unos pocos euros y bastante calderilla. Ya dentro del templo se fijó en una imagen de San José con la vara florida y a Jesús en sus brazos vigorosos. Pepiño se sintió inspirado para pedirle con devoción que “del mismo modo que protegía y cuidaba al Niño le protegiese también a él”. Y con este pensamiento cenó y se acostó en la casuca.

Aquella noche hacía mucho viento y las maderas que sujetaban la ventana crujían, dejaban pasar las ráfagas de aire y pedían a gritos la mano de un buen carpintero que las sujetase.

El sueño profundo del chico resultó un tanto agitado. Dentro de él le pareció oír unos golpes en la puerta y al acudir a abrirla vio a un hombre de pie, con barba y una túnica de color castaño, que llevaba una vara florida en la mano izquierda y una caja de herramientas en la derecha, y le sonreía amablemente. Lo dejó pasar y observó que sacaba herramientas de su caja y actuaba sobre la díscola ventana, hasta que la dejó sujeta e inmóvil.

Pero cuando Pepiño intentó darle las gracias, aquel carpintero – sería San José - le alargó una mano y le sugirió que, “como aquello era un trabajo profesional, debía abonárselo de acuerdo con sus posibilidades”. El chico sorprendido buscó con qué pagarle y sacó un currusco de pan y un quesito de los que le habían sobrado de la cena y se los dio al operario. Como éste aun esperaba algo más de la generosidad del muchacho, el niño hurgó en su bote de dinero y sacó una pequeña moneda de 10 céntimos de euro para dársela al santo, que sonriente se retiró.

Falso despertar

Pepiño siguió soñando que se volvía a la cama y continuaba descansando pero, al levantar la vista, contempló encima de la mesa un enorme montón de quesitos – habría unos cien – y otro montón de curruscos de pan. Por curiosidad abrió el bote del dinero y rebosaba de calderilla chica. Meditó unos instantes y sacó la conclusión evidente de este sueño: “el Cielo paga con el ciento por uno lo que hayamos merecido o sacrificado en la tierra” y si, al igual que Caín, ofrecemos lo peor de nuestra cosecha, Dios no lo verá con buenos ojos; en cambio, si hubiera hecho lo de Abel, dándole lo mejor del rebaño – por ejemplo, una moneda de 2 euros en vez de la calderilla – ahora sería un niño moderadamente rico.

Nuevas visitas

Otros golpecitos en la puerta lo despertaron de verdad. Al abrir los ojos vio que ya no estaba el montón de curruscos ni de quesitos sobre la mesa; todo formaba parte del mismo sueño. En cambio, ahora sí, era seguro que llamaban a su puerta. Se levantó y al abrir vio a un matrimonio encogido y arropado con una manta, con un bebé en brazos. Le dijeron que no tenían cobijo alguno, empezaba a llover y le pidieron, por favor, pasar el resto de la noche en un rincón de la casa, bajo su techo. Pepiño, arrepentido de su tacañería anterior, les franqueó la entrada sin vacilar. Acomodó al bebé y a la madre en su propio camastro, mientras él y el marido dormirían en las colchonetas que extendió por el suelo. Les ofreció mantas y toda la comida disponible sin reservarse nada para sí. Aunque de momento no se lo dijo a ellos, estaba pensando aceptar la hospitalidad del párroco e ir a vivir al orfanato, dejando la casuca a esos pobrecitos huéspedes.

Cuando se acercó a la ventana – ¡oh, sorpresa! – vio que estaba sujeta a los tablones con unos clavos ordenados y relucientes cuya presencia la noche anterior no había advertido. ¡Que bien ajustaba ahora! ¿De veras que la actuación de San José sólo había sido un sueño o más bien se trataba de un favor especial del cielo?

Comentario final

La generosidad es una gran virtud cristiana; siempre habrá gente más pobre que nosotros, que precisará de nuestra ayuda. Experimentemos pues la validez universal de esta frase evangélica que nos recoge San Pablo:”Produce más alegría el dar que el recibir” ¡Y lo contenta que quedaría aquella familia al heredar la casuca de Pepiño!