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La renuncia de Benedicto XVI

A mediados del pasado mes de febrero nuestra existencia se convulsionó con una sorprendente noticia que dejó atónito al mundo: El Papa, Benedicto XVI, abdicaba de su posición de Sumo Pontífice, manifestando su deseo de retirarse a un apartado monasterio, en el que aguardaría, en silencio, el final de su existencia humana. Inmediatamente después de conocerse la decisión del Santo Padre, los medios de comunicación comenzaron a elucubrar sobre las razones que habían impulsado la decisión, así como a valorar las consecuencias de la misma. Me imagino, que como en todos los órdenes de la vida, una decisión tan trascendente se adopta por una variada serie de circunstancias, tras un largo debate con uno mismo y después de encomendarse al Espíritu Santo, evaluando las consecuencias, beneficiosas y adversas, de la misma. Con mayor motivo, esta reflexión se espera de un intelectual, como es el caso. Estoy seguro de que la decisión ha sido sopesada durante mucho tiempo y la fecha para la comunicación del acontecimiento, elegida con sumo cuidado[1]; el último acto solemne del Papa fue la celebración de la santa misa del miércoles de ceniza, por cierto una fecha en la que la Iglesia recuerda al hombre su contingencia y el final de su cuerpo material, convertirse en polvo. Por ello, he querido recuperar una frase del evangelio de San Mateo: “De nuevo le llevó el diablo (a Jesús) a un monte altísimo y, mostrándole todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, le dijo: Todo esto te daré si postrándote me adorares. Díjole entonces Jesús: “Vete de aquí, Satanás; porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y al Él solo darás culto.” Entonces le dejó el diablo, y llegaron los ángeles y le servían.[1]”

Con su gesto, Benedicto XVI, ha dado una sublime muestra de amor y de humildad. Así lo manifiestan sus palabras:” Es la hora de la prueba, no hay que instrumentalizar a Dios para los propios fines.” Reforzando la afirmación del teólogo Scott Hahn, de que Benedicto XVI, nunca ha utilizado el Papado como una fuente de poder sino de servicio.

Hacía siglos, desde el siglo XIII,  que un Papa no dimitía y al parecer, en aquellos tiempos, sus compañeros de Curia no entendieron el gesto de aquel benedictino, Celestino V, que llegó al Vaticano en medio de una contienda palaciega entre la familia Colonna y los Orsini. Tras cinco meses de Papado, incapaz de enfrentarse a las luchas cortesanas, decidió abdicar y regresar a su eremitorio. Su sucesor, dudando de sus intenciones, le detuvo y tras encerrarle en una torre, le dejó al cuidado de dos frailes hasta que le llegó la muerte. Sin duda, Benedicto XVI, conoce la experiencia de su antecesor, Celestino V. En el siglo XV, también renunció Gregorio XII, éste, para resolver el cisma de Occidente y parece, que no de buena gana.

El Papa teólogo, nació, con el nombre de Joseph Alosius Ratzinger, el 16 de abril de 1927, en Markil ann Inn (Baviera). Profesor en la Universidad de Bonn, en 1959, acudió, como asesor teológico del cardenal Fring, al Concilio Vaticano II. Posteriormente, fue nombrado arzobispo de Munich y en 1977, Cardenal. En 1981, el Papa Juan Pablo II, le encarga la prefectura de la Congregación para la Doctrina de la Fe y el 19 de abril de 2005, cuando, según sus declaraciones, solo aspiraba a retirarse para leer y escribir, la Curia Romana, le elige, Obispo de Roma y, por lo tanto, Papa, con el nombre de Benedicto XVI[2][2]. El pasado 11 de febrero, anunciaba su deseo de abdicar el próximo 28, tras acabar sus Ejercicios Espirituales.


[1] En la Plaza de San Pedro, llena de fieles, el Sumo Pontífice, habló de las tentaciones de Jesús. (Mateo. 4-8 y ss.)

[2] El Papa Benedicto XV, desempeñó su magisterio durante la Primera Guerra Mundial, cuando murió, en 1922, dijo: “Ofrecemos nuestra vida por la Paz del Mundo.”