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La Pobreza

Pues la preocupación de las riquezas lo hace esclavo, y mientras es esclavo de ellas, se empequeñece en sí mismo. Desdichada el alma que es más pequeña que lo que posee: es más pequeña cuando se pone debajo de las cosas, no las cosas debajo de ella. Esta sumisión servil se pone más de manifiesto cuando lo que se posee con amor se pierde con dolor. Pues el propio dolor es gran esclavitud. ¿Qué más? No hay verdadera libertad si no es en la pobreza voluntaria. Éste es el José que  crece, el cual dice en el Génesis: “Dios me hizo crecer en la tierra de mi pobreza”. En la tierra de la pobreza y no de la abundancia me hizo crecer Dios. En aquélla hace crecer, en ésta disminuir. Por eso se lee en el segundo libro de Samuel que “David iba fortaleciéndose cada vez más y la casa de Saúl debilitándose cada vez más”. David, que dice en el Salmo: “Yo soy un mendigo y pobres”, es como luz de aurora que va en aumento hasta ser pleno día”, y se hace cada día más robusto, porque la pobreza alegre y voluntaria da robustez. Por eso dice Isaías: “El aliento de los poderosos, es decir de los pobres, es como un torbellino que empuja la pared, a saber, de las riquezas”. Mas los placeres y las riquezas debilitan y agotan. Por lo cual dice Jeremías: “¿Hasta cuándo te agotarás en los placeres, hija vagabunda?”.

La casa de Saúl, que significa el que abusa, es decir, la casa de los ricos de este mundo, que abusan de los bienes y dones del Señor con placeres corporales, va en declive cada día. Por eso dice Moisés en el Deuteronomio: “Yahveh te herirá con carestía, fiebre, ardor, sequía, y te perseguirá hasta destruirte”. El Señor hiere, es decir, permite que el rico de este mundo sea herido con la pobreza, porque siempre está necesitado; con fiebre, porque se atormenta y duele con la felicidad ajena; con frío, que es el temor de perder lo adquirido; con ardor, por el deseo de hacerse con lo que no tiene; con la sequía de la gula, con el aire corrompido de la mala fama, con el añublo de la lujuria. Mirad cómo se debilita la casa de Saúl. En cambio la casa de David, mendigo y pobre, crece de virtud en virtud en la tierra de su pobreza.