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La Familia de EL PAN DE LOS POBRES - 125 años junto a San Antonio

Los niños estaban compungidos. Querían celebrar el fin de año con papá y mamá… y oír las campanadas con ellos… y comenzar juntos el nuevo año…

Ya estaban a punto de salir cuando venció el Amor, se impuso el corazón. Marta y Antonio hicieron un aparte, cambiaron impresiones…

Por fin abrazaron a sus pequeños y les aseguraron que no se iban. Sabían que ello quizás les reportarían conflictos… pero no habían firmado nada… y mediante una llamada de teléfono, solucionaron “la papeleta” aunque con alguna discusión o recibiendo reproches.

Se quedaron: ¡los niños estuvieron tan felices! Todos juntos, también la “chacha” estuvieron de cariñosa celebración. Llegaron las doce…¡

Qué bien sonaban las campanadas!…

Transcurrieron los años. Poco a poco el matrimonio dejó su vertiente artística, siempre pendientes de los niños… A la sazón Marta era viuda. Y aquel fin de año, sus hijos, que hasta el momento, siempre salían juntos, iban a salir. Tenían una fiesta con amigos y amigas. Y sería la primera vez que dejaban a mamá. Ella callaba, pero por dentro estaba

llorando. Así las cosas… llegó a la memoria de los hermanos un fin de año lejano en que papá y mamá iban a dejarles solos (con la criada) y se arrepintieron, quedándose con ellos finalmente. Y seguramente Marta recordaba lo mismo. Era demasiado pronto para dejarla sin ellos, pues hacía tan sólo dos años que era viuda. Tal vez más adelante… pero no ese año. Después de mantener un aparte corrieron a su madre y le aseguraron que no se iban,

que celebrarían el Año Nuevo junto a ella.

Unas llamadas telefónicas… Todo arreglado. La historia se repetía pero a la inversa.

Luego, todos juntos, con la "chacha" celebraron la entrada del Nuevo Año.

Y se sorprendieron ellos mismos de lo felices que se sentían. Tranquilos, en paz, amorosamente.

Llegó la hora…

¡Qué bien sonaban las campanadas!

Con el tiempo, hubo algún año en que los jóvenes salieron, a instancias de la misma Marta, ya más acostumbrada a su viudez, pero siempre trataban de invitar a parientes, personas mayores que se sintieran animadas y animaran a Marta. Pasados los años y ya casados los muchachos, siempre, uno u otro, se llevaba a su madre a su casa. Y con la llegada de los hijos, nietos para Marta… ¡todas las campanadas  ,sonaron bien!