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La Basílica de San Vicente en Ávila

Basílica de San Vicente en Ávila

La planta es de cruz latina, con tres naves rematadas en ábsides semicirculares y otra de transepto en la que se alza imponente el cenotafio de Vicente, Sabina y Cristeta, mártires de Cristo, bajo un llamativo baldaquino de estilo oriental.

Juradero de Castilla

El cenotafio tiene forma de arca con tejado tripartito a dos aguas, con decoración de escamas. Los distintos relieves recogen escenas de la historia de los Reyes Magos y del martirio de los propios santos. En la cabecera frontal figura un Cristo Pantocrátor en una mandorla, con un toro y un león a sus pies, símbolos de los evangelistas san Lucas y san Marcos respectivamente. Bajo el Pantocrátor se sitúa la Rosa Juradera, en la que durante los juicios el requerido apoyaba la mano. San Vicente era una de las tres iglesias juraderas que había en la Corona de Castilla, junto con San Isidoro de León y la iglesia de Santa Gadea de Burgos.

Vicente, Sabina y Cristeta

La historia de estos tres hermanos la encontramos relatada en piedra en diez escenas a lo largo de los dos plafones laterales del extraordinario mausoleo.

Hacia el 303 d.C., el prefecto Publio Daciano ejecutó con crueldad consumada el edicto de persecución a los cristianos decretado por el emperador Diocleciano. Estando en Toledo, Daciano tuvo conocimiento de un cristiano llamado Vicente, de Talavera, que por la perfección de su vida y la ayuda que prestaba a los necesitados, gozaba de gran reconocimiento entre la población, y no dudaba en bautizar a los fieles si así lo requerían. Ansioso por reprimir este proselitismo Daciano fue a Talavera para forzar la apostasía pública de Vicente, y así desmoralizar a sus seguidores y acabar con ese foco de cristianismo.

Detenido e interrogado, fue enviado a prisión, dándole un plazo para que renegara de Cristo y evitar el martirio. Auxiliado por sus hermanas Sabina y Cristeta en la cárcel, consiguieron huir gracias a la complicidad de los guardias.

Martirio

Vicente, Sabina y Cristeta llegaron a Ávila, donde pensaron que podrían vivir sin la amenaza de Daciano al pasar desapercibidos, pero la fortuna quiso que los funcionarios del prefecto romano dieran con ellos, reteniéndoles. Los condujeron hasta un barranco situado al nordeste de la ciudad, donde los despojaron de sus vestiduras, para ser azotados. Después, estiraron sus extremidades hasta descoyuntarlas. A pesar de la brutalidad, los tres hermanos cantaban himnos a Dios. Exasperados los verdugos les aplastaron la cabeza con dos grandes losas de piedra. Los cuerpos destrozados fueron abandonados para que diesen cuenta de ellos las aves de carroña. Era el 27 de octubre del año 307. La roca viva en la que se cree que estuvieron los cuerpos aflora en la cabecera norte de la cripta del templo.

El mausoleo

Según la crónica, el martirio de los tres hermanos fue presenciado por el judío que los había denunciado, el cual disfrutó del cruel espectáculo. Al quedar los cadáveres abandonados, se dispuso a profanarlos, pero en aquel momento salió una serpiente de una roca, enroscándosele al cuerpo y comenzó a asfixiarle. Rendido ante la muerte, el judío quiso ver en la serpiente un castigo. Angustiado, prometió bautizarse y dar sepultura digna a los martirizados si se salvaba. La serpiente se desenroscó de su cuerpo y volvió al agujero de donde había salido. Cumplió el judío la promesa, dando sepultura a los hermanos, y construyendo un templo sobre ellos al cesar las persecuciones. Terminó convirtiéndose al cristianismo, dándose el caso que una vez fallecido, fue enterrado en el mismo templo, junto a los mártires Vicente, Sabina y Cristeta.

La mano ensangrentada del obispo Martín de Vilches

Según narran algunas fuentes, en 1465 y tras ser retirada una gran losa granítica placada en el interior del sepulcro y provocando la exhalación de ciertos vahos, el obispo Martín Vilches vino a introducir su mano en el mismo para comprobar si seguían estando allí los restos del santo. La retiró al instante, aunque milagrosamente empapada en sangre fresca, de la que quedó huella en una tabla pintada con la imagen de San Pablo que debía hacer las veces de portezuela. La tabla aludida parece ser la misma que la célebre custodiada en el Museo Diocesano de la catedral abulense. Tras el extraordinario suceso, el obispo Vilches encargó la reja que todavía se conserva en el interior del sepulcro y la construcción del baldaquino.

Vicisitudes de las reliquias

Por la inseguridad que suponían las incursiones musulmanas, en 1062, el rey Fernando I de León y Castilla ordenó que los restos fueran trasladados al monasterio de San Pedro de Arlanza (Burgos) hasta que en 1175, con el avance de la Reconquista y el desplazamiento de la frontera hacia el sur, los cuerpos regresaron a su lugar de enterramiento original, en el que para entonces había comenzado ya la construcción del actual templo (hacia 1130). Posteriormente se efectuó un nuevo traslado en el año 1835 a la colegiata de San Cosme y San Damián de Covarrubias de donde pasaron a la capilla de las Reliquias de la catedral de Burgos hasta que volvieron definitivamente a San Vicente, donde quedaron depositadas dentro de unas urnas colocadas en el altar mayor, y no en su mausoleo.

Datos útiles:

– Basílica de San Vicente.
Horario de visita:
Lunes a sábado: 10:00 a 13:30 y 16:00 a 18:30
Festivos: 16:00 – 18:00
Entrada (con audioguía): 3 euros
http://www.basilicasanvicente.es

Horario de Misas:

Laborables: 19:30
Domingos: 10:30 12:00 y 13:00

Para saber más:

– “Sepulcros artísticos de Ávila”, Eduardo Ruiz Ayúcar. Institución Gran Duque de Alba, Ávila, 1985. págs. 42-45
– Estudio de Cristina Escudero Remírez, Cristina Gómez González y Jose Luis Hernando Garrido durante el III Congreso del Grupo Español del IIC.
https://www.researchgate.net/publication/258023044