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La balanza prodigiosa

Empieza la narración

Una familia humilde vive al día de lo que gana el marido con su jornal de peón de albañil. Pero el buen hombre cae enfermo y los escasos ahorros familiares se agotan en dos semanas. La esposa, al no poder comprar comida para los seis hijos – son familia numerosa – y después de rezar en la iglesia del pueblo, decide presentarse en la tienda de ultramarinos para solicitar un crédito cuyo monto abonará en cuanto el marido vuelva al trabajo.

El comerciante malhumorado le dice que no acostumbra a llevar cuentas pendientes con la clientela por lo que le deniega lo solicitado. Cuando la buena mujer insiste en su proyecto responsable de devolución y en la necesidad perentoria de comida para los hijos hambrientos, el tendero inmisericorde – haciendo gestos negativos con la cabeza y señalando la puerta con el dedo - la conmina a que abandone su tienda de inmediato.

La pobre mujer se pone a llorar con desconsuelo, pero un cliente que, detrás de ella, esperaba su turno y lo ha oído todo, se compadece de sus apuros y le dice al tendero que le llene la bolsa con los alimentos necesarios porque él los pagará muy a gusto.

La buena mujer le sonríe agradecida, pero el tendero se siente contrariado y humillado y no le apetece cumplir lo dispuesto por el generoso benefactor. Sin embargo, como éste insiste, finge que cede y le pregunta a la mujer:

- Vamos a ver ¿tiene usted la lista de la compra? ¡Démela!

Ella aliviada hurga en su bolso de mano, saca un trozo de papel y garabatea algo en él a toda prisa, para entregarlo al tendero, quien lo toma y, sin leerlo, le advierte:

- Pondré este papel en uno de los platos de la balanza y sólo le daré los alimentos  que en el otro plato sirvan para contrapesarlo (se trata de una burla cruel: se supone que no quiere darle nada).

Primera sorpresa

En cuanto el papel toma contacto con el plato de la balanza, éste baja como si le hubiesen colocado un gran peso encima. Los tres espectadores se sorprenden y el tendero piensa que si discute el hecho y da marcha atrás, tal vez podrán acusarlo de utilizar una balanza fraudulenta, con truco, y denunciarlo a la autoridad. Por eso, superada la sorpresa, empieza a regañadientes a colocar alimentos en el otro plato. La balanza no se mueve; por lo visto el trozo de papel pesa mucho más que los alimentos que va poniendo.

Cuando la cantidad de comida llena el plato hasta rebosar, la balanza empieza a nivelarse y por fin la aguja del fiel señala el cero. El tendero respira aliviado y el cliente sonríe satisfecho. Éste toma con curiosidad el papel de la compra para leer los encargos en él registrados, mientras el plato que contiene la comida, por pura lógica y sin el contrapeso del papel, desciende por completo hasta tocar el mostrador.

Segunda sorpresa

En el dichoso papel no hay ninguna lista de alimentos sino una sola frase manuscrita con pulso tembloroso: “¡Querido Señor, tú conoces mis necesidades mejor que yo misma, por lo que todo lo dejo en tus manos!” Pasado el papel al tendero, aquel hombre recapacita y cambia de actitud. Recuerda la vieja formación cristiana que le dio su madre en la infancia y se rinde ante ese hecho tan extraordinario.

El cliente, fiel a su compromiso, saca un billete de 50 dólares y se lo entrega al tendero para pagar la magnífica colección de viandas que se amontona en la balanza. Al mismo tiempo le dice al vendedor:

- ¡Mire cuántas cosas se pueden comprar con una oración. Dios hace que por cada centavo que demos de limosna nos devuelvan un pan, un pescado, un filete o un trozo de queso!

El tendero arrepentido y un poco dubitativo acepta el billete y concluye con una frase y una sonrisa - mientras mete en bolsas la generosa compra - dirigiéndose a la aliviada madre:

- Mañana puede volver y comprar a débito. Ya me pagará lo que se lleve cuando su marido se cure y pueda regresar al trabajo.

La mujer llora de emoción mientras recoge sus bolsas con la abundante mercancía comestible que hay en ellas…

Comentario final

¡Qué bonito sería que el mensaje de este cuento sencillo e imaginario fuese recogido en la vida real y todos nos portásemos con nuestros prójimos igual que el comprador generoso y compasivo o por lo menos como el tendero desconsiderado que es capaz de recapacitar! ¡Que así sea!