Usted está aquí

Juventud y vocación

Vida de San Antonio

En esta búsqueda Fernando sintió la vocación a la vida monástica y toma la decisión, en el año 1210, con 15 años, de entrar como novicio en el Monasterio de San Vicente de Fora, que tenía en Lisboa la Congregación de los Canónigos Regulares de San Agustín (Agustinianos). En este monasterio se guardaba el cuerpo de San Vicente, muy venerado por los lisboetas, que acudían a él con frecuencia.

Esta decisión no estuvo exenta de dificultades, como pasa a todas las personas – jóvenes y mayores – que deciden emprender una vocación concreta, sobre todo si la misma conlleva apartarse del mundo y entregarse enteramente al servicio de Dios y de la Iglesia. Su elección también causó cierto revuelo en el entorno familiar, ya que tenían fundadas esperanzas en que Fernando destacara en el mundo, dadas las cualidades humanas con que Dios le había dotado y su posición social.

Como dice el Padre Thomas de Saint-Laurent, en su libro sobre San Antonio de Padua[1] nuestro protagonista “Comprendió los riesgos que acechan en una ciudad amiga de placeres a un adolescente lleno de vida y rico como él. Se sentía incapaz de superar tantos obstáculos sin el auxilio de lo alto. Y quería a cualquier precio guardar el corazón para Dios”. Así que superó las presiones que sufría, ya que tenía claro el fin para el que las personas hemos sido creadas: dar gloria a Dios y servirle con todas nuestras fuerzas.

Traslado a Coimbra

“Alma de oración, Fernando empezó a vivir en profundo recogimiento. Pero si había abandonado el mundo, el mundo no le había olvidado. Sus padres, sus amigos, los antiguos compañeros venían con frecuencia a buscarlo a su retiro; el Santo los recibía con amable bondad. Pero sufría con esas asiduas visitas que perturbaban la paz de su unión con Dios”.

Esta situación le animó a Fernando a solicitar del Prior autorización para trasladarse al monasterio de Santa Cruz, que la Congregación tenía en la ciudad de Coimbra, que ya era una importante ciudad del reino de Portugal, aunque todavía no se había fundado la universidad, que con el paso del tiempo le daría gran renombre.

El Monasterio de Santa Cruz era, en aquella época, comienzos del siglo XIII, el principal centro de la cultura literaria y científica de Portugal.

Dedicación al estudio

No desaprovechó el nuevo canónigo, las oportunidades de estudio que le brindaba el ambiente del nuevo monasterio. Conviene destacar esta cualidad de nuestro Santo: aprovechar las oportunidades que Dios ponía en su camino, para prepararse lo mejor posible, en la humildad y la discreción, pero, sin duda, pensando siempre en poder servir a Dios más y mejor. No podemos dejar de resaltar que Dios le había dotado de una memoria notable.

Los libros de cabecera de Fernando eran la Biblia y las obras de los Padres de la Iglesia, lo que le permitió conocer a los Padres y Doctores de la Iglesia y adquirir un prodigioso conocimiento de la Sagrada Escritura, que comprobaremos le fue de gran utilidad, años después en Italia, cuando tuvo que dedicarse de lleno a la predicación y a la formación de los frailes menores, por encargo del propio San Francisco de Asís. Vemos cómo nuestro personaje sigue siendo fiel al Plan que Dios le va trazando, aceptando el camino y no desaprovechando el tiempo, siempre con la confianza puesta en el Señor y con la ayuda de la Virgen Santísima.

Ordenado sacerdote

En el Monasterio de la Santa Cruz de Coimbra, cuando acabó los estudios teológicos, fue ordenado sacerdote, lo que le elevó a un punto máximo, para poder desempeñar la misión que Dios le reservaba.

Pese a haber alcanzado tan alta dignidad, siguió llevando una vida discreta; sus superiores le encomendaron cuidar de la hospedería anexa al monasterio. Una vez más veremos que “Dios escribe derecho con renglones torcidos”, ya que esta labor daría paso a un giro copernicano en la vida de nuestro santo.

Comité de Redacción

 

[1] San Antonio de Padua – P. Thomas de Saint-Laurent – El Pan de los Pobres