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Institución de la Eucaristía

Hacia el fin de la cena, dijo a  los Apóstoles:

-Con gran deseo he querido celebrar esta Pascua con vosotros, antes de que padezca.

Y mientras decía esto, tomó pan, dio gracias a Dios, lo bendijo, lo partió y se lo dio diciéndoles:

-Tomad y comed, éste es mi cuerpo.

De igual modo tomó un cáliz, lo bendijo y se lo entregó diciéndoles:

-Bebed todos de él, porque ésta es mi sangre, sangre de la nueva ley y eterna alianza, sangre que será derramada por vosotros y por muchos en remisión de los pecados. Cuantas veces hagáis esto, hacedlo en memoria mía.

Así tuvo lugar la institución del Santísimo Sacramento de la Eucaristía, en que el Salvador, bajo las especies de pan y vino, nos entrega su Cuerpo y Sangre para alimento espiritual de nuestras almas, mediante la facultad de consagrar, otorgada a los sacerdotes.

Tengamos siempre presente que este Sacramento no es simplemente un recuerdo de lo que ha hecho Jesús, sino que en él se da al nombre el mismo Cuerpo y Sangre que Jesús sacrificó en la cruz: el Cuerpo que será sacrificado por vosotros, dice la Biblia.

Lavatorio de los pies

Concluida la Sagrada Cena, Jesús se levantó de la mesa, se ciñó una toalla, echó agua en una bacía y empezó a lavar los pies a sus discípulos. Al llegar a Pedro, éste le dijo:

-¿Tu me lavas a mí, los pies?

-Sí, Pedro –coontestó Jesús.

Pedro replicó:

-Yo no permitiré jamás que tú me laves los pies. –Si no te lavare los pies –le volvió a decir Jesús- no tendrás parte conmigo. Entonces le dijo Pedro:

-Si es así, lávame no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. Cuando hubo concluido de lavar los pies a todos los Apóstoles, les dijo:

-¿Sabéis lo que he hecho? Si yo, vuestro Señor y Maestro, os he lavado los pies, vosotros tenéis que seguir mi ejemplo y lavaros los pies los unos a los otros.

Con este hecho quiso el Redentor darnos ejemplo de humildad y enseñarnos a no tener vergüenza de prestar cualquier servicio, siempre que sea una obra de caridad hacia nuestro projímo.

La negación de Pedro y la venida del Espíritu Santo

Concluida la última cena, Jesús dijo a sus discípulos:

-Poco tiempo permaneceré con vosotros. Una cosa os pido encarecidamente: que os améis los unos a los otros. De aquí conocerán todos que sois mis discípulos, si os amáis mutuamente.

Cuando dijo “poco tiempo permaneceré aún con vosotros”, Pedro le preguntó:

-Señor, ¿adónde quieres ir?

Yo te seguiré a todas partes, aunque tuviese que dar por ello la vida. Jesús contestó:

-Simón Pedro, el demonio anda en busca de ti. En verdad te digo: esta misma noche, antes que el gallo cante dos veces, tú me negarás tres. Yo he regado por ti, para que no desfallezca tu fe; y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos.

Les prometió enseguida que, después de su muerte y resurrección, les enviaría el Espíritu Santo, con estas palabras:

-Si me amáis, observad mis mandamientos y yo rogaré a mi Padre Celestial, el cual os enviará el Espíritu de verdad. Él os enseñará todas las cosas y os recordará cuanto os he dicho. Si yo no subiese a mi Padre celestial, el Espíritu Paráclito no bajaría a vosotros. Cuando haya venido os enseñará toda verdad. Yo os dejo, os doy mi paz; mas no como la da el mundo.

Después dio gracias a su Padre celestial, salió con sus Apóstoles del Cenáculo y se puso en marcha hacia el monte de los Olivos, que se haya a corta distancia de Jerusalén.