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Final del Sermón del Monte

Final del Sermón del Monte

Donde no los puede consumir el orín ni la polilla, ni pueden los ladrones desenterrarlos ni robarlos. Porque en donde está tu tesoro allí está tu corazón. Nadie puede servir a dos señores; no podéis, pues, servir a Dios y las riquezas.No os afanéis, diciendo: “¿Qué comeremos, con qué nos vestiremos?” ¡Mirad los pájaros del aire!, no siembran, ni siegan, ni cogen en trojes; y sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No sois acaso más que ellos? ¡Mirad los lirios del campo! No trabajan, ni hilan; sin embargo, os digo que ni Salomón, en toda su gloria se vistió como uno de éstos. Ahora bien; si Dios viste de tal suerte la hierba del campo que hoy es y mañana será arrojada a las llamas, ¿no os vestirá con mayor razón a vosotros, hombres de poca fe? No os angustiéis como los gentiles.

Buscad, ante todo, el reino de Dios y su justicia, y lo demás se os dará por añadidura.

Juicios Temerarios

No queráis juzgar, y no seréis juzgados; no queráis condenar, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados. Con la misma medida con que midiereis, seréis medidos. ¿Cómo vesuna paja en el ojo de tu hermano y echas de ver la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita! Quita antes de tu ojo la viga, y luego podrás tratar de quitar la pajuela del ojo de tu hermano. Haced, pues, a los demás lo que quisiereis que se os hiciere a vosotros mismos. En esto consiste la ley y los profetas.

Habéis oído que fue dicho a los antiguos: “No seáis perjuros”. Mas yo os digo: De ningún modo queráis jurar; mas sea vuestro hablar: sí, sí; no, no; porque lo que excede de esto, de mal procede.

Fin del Sermón del Monte

Después de haber dado estas y otras instrucciones, concluyó su sermón con estas palabras: El que escucha mis palabras y las practica, es semejante al hombre sabio que fundó su casa sobre piedra e la lluvia y los vientos azotan dicha casa; pero no logran derribarla, porque está fundada sobre una roca firme. Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, es semejante al hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cae la lluvia, desencadénense los vientos, la casa cruje y su ruina es espantosa.

Cuando hubo concluido de hablar, quedaron las turbas extáticas de admiración, porque les había hablado con autoridad divina.