Usted está aquí

Factura Social

La Estadística nunca da una imagen fiel de lo que sucede en el espacio analizado. Los números, las medias y las desviaciones se alejan demasiado de las personas, nos impiden personalizar los problemas, enfrían el dato hasta convertirlo en inhumano. Por ejemplo, si repartiéramos la Deuda Pública que actualmente tiene el reino de España entre todos los españoles, llegaríamos a la conclusión de que en la situación en la que actualmente nos encontramos, cada español debe, a quienes adquirieron la Deuda emitida por el Estado, unos veinte mil euros. Es evidente, que si el servicio de esa deuda tuviera que ser afrontado por cada uno de nosotros, arruinaría una buena parte de nuestras economías domésticas y sin embargo, hablamos de un dato real al que tendremos que hacer frente, nosotros y nuestros descendientes.

La realidad

En el año 2012, la riqueza de cada uno de nosotros descendió el 18,4% y actualmente, más de 1,7 millones de hogares españoles tiene a todos sus miembros en el paro. De cuantos se hallan registrados en las Oficinas de Desempleo, solo el 67% recibe alguna ayuda o prestación del Estado. Lo que significa, que uno de cada tres parados no aporta a su hogar ningún tipo de emolumento. La conclusión, aunque regresemos a las estadísticas, parece clara. En este momento, la lacra de la pobreza comienza a extenderse por las tierras de España. A nuestro lado, hay personas, estas sí, con nombres y apellidos, que no tienen ningún tipo de ingresos y que, por tanto, tienen que vivir de la Asistencia Pública o de nuestra ayuda. Personas como nosotros. Algunos, posiblemente, vecinos o conocidos nuestros. A veces, las cifras de la estadística son relevantes. Con su fría inexpresividad nos descubren tragedias humanas que creíamos desterradas de nuestros pueblos para siempre.

Se nos dice que lo peor de la Crisis ha pasado, pero  a veces, las verdades macroeconómicas no se traducen con facilidad a nuestra vida cotidiana. El fantasma del Desempleo sigue presente en nuestro entorno. Los últimos datos oficiales hablan del 26,03% de paro, lo que significa que uno de cada cuatro de quienes acuden al mercado laboral, carece de empleo. Esta afirmación se agrava con la constatación de que, hoy en día, los cotizantes a la Seguridad son menos que los que existían antes de comenzar la Crisis, en el 2007. El anterior dato nos lleva a la conclusión de que son muchos los que han abandonado, por una u otra razón, la búsqueda de un trabajo digno.

El paro se ha convertido en el gran problema de nuestro tiempo. Desgraciadamente, nuestras empresas no pueden crear empleo hasta que la reactivación económica no logre una determinada solidez y no está nada claro cuando sucederá esto. La separación entre la Crisis Financiera y la Crisis Económica, hace que mientras la primera ha despejado de manera bastante clara su futuro, la segunda encuentre mayores problemas para su solución. La estructura industrial española se encuentra con serios problemas para crecer. Problemas derivados de la inexistencia de crédito, de la caída del consumo interno, de la falta de estructuras adecuadas, del poco desarrollo de la innovación y del apático comportamiento de algunos mercados exteriores, los países emergentes, por ejemplo.

Apoyar a los que sufren

No pretendo expandir un pesimismo decadente en mi entorno, pero sí llamar la atención sobre el mayor de los problemas que afectan a nuestra Sociedad. Cuando pensábamos superadas determinadas épocas, la cruda realidad de una crisis que se generó, posiblemente, por la desequilibrada soberbia de quienes pretendían poder dominar las leyes del comportamiento humano, ha generado una fractura social que nos atañe directamente.

Cuando hace unos años hablábamos de pobreza, inmediatamente la identificábamos con gentes de países lejanos y desconocidos, con grupos sociales poco desarrollados o con estados dominados por crueles sátrapas. Hoy en día, la pobreza está instalada entre nosotros. Afecta a personas que conocemos, tal vez a amigos o compañeros nuestros. Por primera vez, esa pobreza tiene cara y ojos y sus consecuencias las padeceremos, no sólo nosotros, sino también, quienes nos sucedan. La sima que se abre entre quienes viven felices y quienes son atormentados por el hambre, la enfermedad y la miseria, se encuentra en nuestros pueblos, en las ciudades que habitamos. A veces, en los barrios en los que moramos, incluso en nuestra propia escalera.

En algunos lugares de España la pobreza ha aprisionado a los niños, a los jóvenes, a quienes no lo son tanto, a las mujeres que viven solas, a algunos jubilados… Esa pobreza, está generando un aumento de las enfermedades ligadas con la angustia y la depresión, con la mala alimentación, con los padecimientos crónicos e incluso con los suicidios. La desesperanza es una cruel pandemia en sí misma. Hoy más que nunca, debemos buscar en esas personas a nuestros hermanos, pensar que, muchas veces, la fortuna o la desgracia sorprenden a los individuos y los vuelven débiles e indefensos. A todos ellos debemos apoyarles desde el respeto a la dignidad que, como personas que son, nos merecen y necesitan. Teniendo en cuenta, que no sólo la ayuda material es necesaria en estos casos, el apoyo espiritual es muchas veces más efectivo. Las enfermedades del cuerpo pueden sanar, las del alma son más complicadas.