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¿Existe otra forma de vida?

En un mundo en el que, sobre todas las cosas, prima el valor de la competitividad, la lucha por la victoria, la obtención del beneficio en un tiempo en el que el éxito se construye sobre la derrota de quien piensa diferente, deseo, llevo mucho tiempo pensando en ello, recuperar el valor de una palabra: Fraternidad. Una expresión que trae hasta nosotros una manera diferente de entender nuestra existencia.

A veces, sobre todo en los malos tiempos, mirar hacia atrás puede ayudarnos a caminar hacia adelante. Nadie recuerda quien la inventó, pero ya en tiempos de la Grecia homérica, la expresión debía contener un lindo sentido. Representaba el juramento que dos o más guerreros, que se consideraban hermanos, realizaban para ayudarse en la batalla, para complementarse con el otro ante la adversidad.

Proveniente del término latino “fraternitas”, entre los primeros cristianos, llegó a simbolizar “la dicha que tenían de compartir la Gracia otorgada por el sacrificio de Jesucristo”. Para ellos, en los orígenes del Cristianismo, el tratamiento que se daban, de hermanos, representaba su voluntad de compartirlo todo y sobre todo, quería expresar el derecho que les había transmitido Jesucristo, a participar en la herencia de los Cielos. De esta manera, el antiguo sentimiento de los guerreros griegos, transcendía al hecho material y heroico de complementarse para preservar su vida convirtiéndose en un apoyo para poder alcanzar el reino de Dios. En sus pensamientos, la fraternidad, se elevaba por encima de sus propias vidas hasta lo que más valoraban, era una filosofía para compartir su existencia eterna. Vivían en su mundo aguardando a que les llegara la verdadera existencia, la que habrían de gozar al lado de Dios.

Pasaron los tiempos y la Sociedad cambió, la fraternidad quedó restringida a algunas órdenes religiosas, como la de los franciscanos. Quienes profesaban en ellas siguieron llamándose “hermanos”, intentando, con ello, preservar el contenido que sus antepasados, los primeros cristianos, habían otorgado al concepto. Posteriormente, aunque otras órdenes siguieron utilizando el término, el significado inicial se fue olvidando. La llegada de la Revolución Francesa volvió a poner de moda el término, lejos ya de su original concepto. Todo, incluso las ideas, se corrompe con el paso del tiempo. El concepto que se quería expresar primitivamente, recuerdo de un remoto pasado, se olvidó, arrumbado en los antiguos conventos.

No obstante, como a veces sucede, una bella y simbólica historia ha quedado prisionera de las antiguas bibliotecas. Corría el año 451 de nuestra era, las hordas bárbaras asolaban los últimos restos del Imperio Romano de Occidente. El terror invadía a los pobladores de las ciudades. Atila y sus guerreros amenazaban con acabar con la historia de Europa, casi antes de que ésta comenzara. Crueles historias de lo que estaba sucediendo, se narraban a la luz de los fuegos bajos de los hogares. Se hablaba de cosas y hechos desconocidos hasta la fecha. Muchos eran los que esperaban el fin de los siglos, la desaparición de la Civilización. Lo único que consolaba a los verdaderos cristianos era la certeza de la definitiva llegada de Dios. El día del Armagedón parecía más próximo por momentos. A la tenue luz de las velas, en las bibliotecas de los monasterios, se releía, una y otra vez, el capítulo 16 del Apocalipsis. Un hombre, llamado Fraterno, obispo de Auxerre, en la Galia, se levantó contra el terror y decidió no callar ante la crueldad y la injusticia que se cernía sobre su pueblo. Prefirió inmolarse en defensa de sus hermanos que callar ante el atropello de sus ideas, de su forma de vida, de su religión. Su nombre, sin el buscarlo, recuperó el primigenio sentido de su apellido.

Recuperar el concepto de fraternidad, en mi opinión, significa elegir complementarse en vez de competir, preferir amar a odiar, reparar que quien sufre la soledad o la pobreza, es nuestro hermano. Ante esa oscura figura del hombre como un depredador, decidido a destruir cuantos obstáculos se presenten en su camino hacia el éxito, incluidos sus propios compañeros, la fraternidad nos ofrece la decisión de algunas personas de complementarse, de ayudarse para lograr, entre todos, construir un mundo mejor para ellos y sus descendientes.