Mariolina Ceriotti trata en este artículo –el libro en cuestión es una recopilación de artículos– del origen del problema de aprendizaje que acusan cada vez más niños y… no tan niños. Lo veo en mi entorno, con mis propios hijos. Esto de usar el WhatsApp para todo les está cercenando la capacidad de expresarse.
«Es cierto que poner en palabras un pensamiento, una emoción, un sentimiento o una idea, no es cosa fácil o inmediata –observa en su artículo la psicoterapeuta italiana–. Es necesario tener un vocabulario, una sintaxis, pero también capacidad para tolerar una lentitud de la comunicación que hoy parece especialmente desagradable.
»Una de las experiencias que siempre han facilitado el desarrollo del pensamiento es el ejercicio inevitablemente lento de la escritura. Aprender a escribir es una habilidad muy refinada y compleja: el niño tiene que realizar secuencias motoras precisas para poder trazar las letras de un modo comprensible; tiene que usar la memoria de un modo preciso, rápido y sincronizado para asociar un sonido –«fonema»– a un signo –«grafema»–; tiene que desarrollar una coordinación suficiente entre el ojo y la mano, para que su escritura sea fluida. Para aprender a escribir es necesaria una gran atención y un entrenamiento notable. Hacen falta paciencia y constancia. Solo cuando el procedimiento se ha vuelto suficientemente automático, es posible usar la escritura para expresar pensamientos: un texto bien escrito requiere concentración sobre el contenido.
»Pero, una vez aprendida, la escritura es uno de los instrumentos más potentes a nuestra disposición para enriquecer y refinar la reflexión y el pensamiento. Favorece la capacidad de organizar las ideas, de establecer prioridades sobre lo que se quiere decir, y de encontrar las palabras más eficaces. Ayuda a contener el flujo caótico de las intuiciones, las emociones y las ideas, dando a todas ellos un orden para que el texto sea comprensible. La escritura se dirige siempre y en todo caso a un interlocutor, incluso cuando una persona escribe solo para sí misma, como por ejemplo en la escritura de un diario. En este caso, se hace todavía más evidente su capacidad para favorecer la articulación del pensamiento, pero también manifiesta otra no menos importante: la de funcionar como un autorregulador eficaz del sistema emocional. Si una persona enfadada, excitada o confusa se pone a escribir de golpe, percibe cómo, a medida que vierte sus propias emociones libremente sobre el papel, estas se van haciendo progresivamente más tranquilas y claras: el mismo gesto de escribir --sobre todo cuando se usan papel y lápiz- - funciona como «contenedor » y aporta una especie de canalización al flujo caótico de lo interior.
(…) »La escritura, en cambio, es un acto que contiene y controla. Si se empieza, bajo la guía del adulto, a entrenarla y a descubrir su riqueza antes de la adolescencia, más adelante se puede revelar como una ayuda realmente valiosa a disposición de los jóvenes: un recurso inigualable para conocer y expresar su mundo interior, trabajando con las palabras y los pensamientos en torno al tema apasionante de su propia identidad.»
“El alfabeto de los afectos”
Mariolina Ceriotti Migliarese.
Editorial Rialp.