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El Orgullo de ser humanos

 El momento en el que se sintió subyugado por la naturaleza que le rodeaba. Cuando llegó al convencimiento de que el sol y la lluvia formaban parte del diseño divino. Se convenció de que la luz y la vida eran dos caras de un mismo proceso. Y comenzó a soñar que el mundo podía ser mejor cuanto más equilibrado estuviera.

En ese instante sintió amor hacia quienes le rodeaban, deseó que la felicidad abrazara su monótona existencia y se emocionó ante la puesta de sol que se dibujaba en el horizonte.

A partir de su humanización, se dolió de la oscuridad y la asimiló a la muerte. Del dolor y del miedo. Del hambre y de la injusticia. Del frío y la soledad. De la ira y la amargura. De la avaricia y la ambición desordenada.

Miró al cielo y se sintió un átomo en un Universo cuyo diseño alababa la capacidad infinita de una Inteligencia Superior. Se notó pequeño y feliz en su pequeñez. Decidió orar porque era la única manera que conocía de ponerse en contacto con un Ser al que no podía ni imaginar. Su existencia se convirtió en un camino hacia la perfección que le conduciría a la vera de ese Dios, cuya existencia se le había hecho patente.

Al abrir la puerta del conocimiento se sintió capaz de construir sus propios senderos y comenzó a querer justificar la libertad que mostraba ante el resto de los seres que habitaban su entorno. Pensó que había nacido para dominar la Naturaleza. Se erigió en constructor de un mundo que regulaba la vida del resto de las especies. Consideró que era preciso demostrar la existencia del Ser Supremo como contraposición al no ser. Entre el tiempo de Descartes y el de Kant los argumentos para demostrar la existencia de Dios se hicieron comunes en los círculos intelectuales.

El viento sopla con fuerza. La mañana ha amanecido gris. Llueve con moderada intensidad pero de manera constante. Los augurios para el futuro no son buenos. El mundo, nuestro mundo, parece acercarse peligrosamente al caos. La racionalidad se ha convertido en el único argumento socialmente válido. La violencia rezuma por doquier. No sólo, que también, en el lenguaje, sino físicamente. Parece que se hubieran desatado las fuerzas del mal para acorralar a los humanos.

¿Qué ha sucedido con aquel ser humano que ponía la meta de su existencia en su identificación con Dios mediante el recorrido que realizaba en su proceso de perfección? Quizá sea preciso rescatar, como decía Pascal, “el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, y no el de los filósofos y sabios”. Regresar a la relación entre la religión y la historia del ser humano concreto. Buscar el sentimiento religioso en nuestro interior.

“Hermanos, el afecto de mi corazón y mi oración a Dios es para ellos, para su salvación. Yo declaro en favor suyo que tienen celo por Dios, pero no según ciencia. Por cuanto, desconociendo la justicia de Dios y empeñándose en establecer la propia justicia, no se sometieron a la justicia de Dios. Porque el fin de la ley es Cristo, para justificación de todo el que cree… Porque si confesares con tu boca a Jesús por Señor y creyeres en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos; serás salvo; porque con el corazón se cree para la justicia y con la boca se confiesa la fe para obtener la salvación.”[1]

Es posible que sea el tiempo de recuperar el valor de las emociones y permitir que nuestra mente “sienta” los acontecimientos que suceden a nuestro alrededor y sobre todo, es posible que haya llegado el tiempo de recuperar la humildad.

Mirar a nuestro alrededor con el gesto asombrado e impotente del niño que se está abriendo al mundo.

Por enésima vez hemos puesto en evidencia nuestra impotencia para hacer felices a nuestros semejantes. En un tiempo de guerras y miserias, nos hemos revelado incapaces de mostrar la justicia de Dios a nuestros semejantes y construir la paz y la dignidad. Frente a tanto fracaso, la recuperación de aquella originaria humildad no nos vendría mal y puede que nos ayudara a encontrar el equilibrio perdido.

Ante el ejemplo del siglo XX, el tiempo en el que más sangre humana se ha derramado como consecuencia de la guerra, debiéramos confabularnos para lograr que el siglo XXI no lo superara. Pero también para hacer posible que todos los seres humanos pudieran disfrutar de sus hogares, para que la justicia y la paz retornaran a nosotros y para que se instalara la libertad que permitiera a cada persona ser dueña de sus creencias y de sus sentimientos. Debiéramos esforzarnos en recuperar nuestra humanidad.

 


[1]     Romanos 10.