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El Despertar

El aire puro, nos ofrecía el perfil de las cosas que nos rodeaban pero no su materialidad, la poesía sólo es bella mientras es etérea, incierta. Hace mucho tiempo, éramos jóvenes y ansiábamos cambiar el mundo. Erradicar la pobreza, mejorar la justicia, suprimir el dolor, sentirnos más felices.

Tal vez hubo un momento en el que creímos que seríamos capaces de lograr nuestro objetivo, éramos jóvenes y pensábamos que cualquier sueño podría hacerse realidad por lejano que nos pareciera, teníamos toda la existencia por delante y ganas, muchas ganas de luchar. Pecado de orgullo o arrogancia juvenil. A mi mente viene el proverbio:

Temer a Dios es aborrecer el mal;                                                

La soberbia, el orgullo, la senda del mal

Y la boca perversa, las detesto.

(Proverbios 8; 13)

El tiempo ha transcurrido como un soplo de viento. Con él, llegó la realidad, el ser humano no es ni bueno ni malo, es, simplemente, un animal acosado por sus pasiones. El pecado, como la virtud, nos acompaña a lo largo de nuestro recorrido vital. Nos gustaría que fuera de otra manera, pero, desgraciadamente, es así.

Muchas de las cosas que creíamos justas no lo eran, otras, tenían sus inconvenientes implantarlas. Las más, vimos que se escapaban a nuestras posibilidades o nos fuimos creando limitaciones. Resulta más cómodo, decir, “no puedo”, que intentarlo una vez más. Ahora, a estas alturas de nuestra vida, es, incluso posible, que pensemos que ya es demasiado tarde para nosotros.

Evitar el egoísmo

No debemos, ni podemos, encerrarnos en el caparazón de nuestro egoísmo. Hace un magnífico día de primavera, oigo el piar de los gorriones que han aparecido en mi trozo de cielo. A primera vista, nadie dudaría de la amabilidad de la vida que nos rodea, lástima que esto, solo sea un espejismo. Los datos económicos empeoran cada vez, un poco más. Europa, aguarda, paciente, un gesto inusual en ella, a que el mundo vuelva a cobrar actividad para que su inercia la saque de su pésima situación. En nuestro país, el escenario es aún peor, determinadas circunstancias contribuyen a que nuestra realidad esté más deteriorada que la de las naciones que nos rodean. En mi opinión, la especial gravedad de nuestro problema, viene, entre otras causas, de los 6,2 millones de parados que tenemos, el 27% de nuestra población activa. Entre los jóvenes esas cifras alcanzan el 50% de la población. Muchas de las familias afectadas carecen de cualquier tipo de renta. La vulnerabilidad de un país en el que el índice de la pobreza sigue aumentando como consecuencia de unas cifras de paro absolutamente inaceptables desde el mundo de vista social, pero sobre todo, cristiano, parece no inmutar nuestra expresión. La Desesperanza, esa enfermedad  mortal, según Kierkegaard, no cesa de crecer. Demasiada gente, habla, con insustancial eclecticismo,  de lo irremediable del destino, de la inevitable desgracia de una generación perdida.

Tal vez, para nuestro horror, hayamos de asumir que esa generación perdida está formada por nuestros hijos, los que crecían mientras nosotros estábamos allí, colaborando de manera más o menos activa a que la desgracia que se cernía n el horizonte estallara sobre nuestras cabezas. Nuestro penar lo estábamos fabricando entre todos. Puede que, quienes deseábamos cambiar el mundo, realmente lo hiciéramos o colaboráramos a que otros lo hicieran, aunque, para nuestra desgracia, no en el sentido que pretendíamos, sino en el contrario. ¿Cuántas veces, durante nuestra vida, pasamos delante de un problema que afectaba a alguno de quienes teníamos alrededor y pensamos que no era nuestro problema?

Es vano intentar descubrir en nuestro mundo los valores cristianos, ni siquiera, los valores humanos. Hace demasiado tiempo nuestra sociedad se convirtió en invivible y parte de la culpa, no me atrevo a decidir cuanta, morará para siempre en nuestros corazones.

Quien dice estar en la luz y odia a su hermano, está en las tinieblas.

El que ama a su hermano, está en la luz y no hay tropiezos en él.

Más quien odia a su hermano, está en las tinieblas y en las tinieblas anda,

Y no sabe adónde va, pues las tinieblas han cegado sus ojos.

(Epístola primera de San Juan. 2; 9ss)