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El Ayuno

Cuanto ayunéis. En esta primera cláusula se señalan cuatro cosas: la simulación de los hipócritas, la unción de la cabeza, lavarse la cara, ocultar el bien.

Cuando ayunéis, etc. Se dice en las Ciencias Naturales que la saliva del hombre en ayunas hace mal a los animales venenosos. Por eso muere la serpiente, si la prueba. Por tanto hay un gran remedio en el ayuno del hombre. Adán en el paraíso se mantuvo inocente mientras no probó la fruta prohibida. Éste fue el remedio que mató a la serpiente, al diablo, y restituyó el paraíso perdido por la gula. Por eso se afirma que Ester humilló su cuerpo con ayunos para derrocar al soberbio Amán y restituir a los judíos el favor del rey Asuero. Ayunad, pues, si queréis vencer al diablo y recobrar la gracia perdida.

No seáis hipócritas

Pero cuando ayunéis, no aparezcáis tristes, como los hipócritas. Es decir, no hagáis ostentación del ayuno con la misma tristeza del rostro; Jesús no prohíbe la virtud, sino fingirla. Dicen que el hipócrita está aparentemente cubierto de oro, pero por dentro es de barro en la conciencia. Es el ídolo Bel de los babilonios, del cual dice Daniel: No se deje engañar el rey; éste no es más que barro por dentro y bronce por fuera. El bronce retiñe y tiene bastante parecido con el oro. Así el hipócrita: se complace en el tintineo de la alabanza y presenta cierto barniz de santidad. El hipócrita es de rostro humilde, de vestido pobre, débil de voz, pero un lobo en el alma. Tal tristeza no es según Dios. Admirable manera de granjearse alabanzas es dar señales de tristeza. Suelen los hombres alegrarse cuando ganan dinero. Negocio diferente: en esto hay vanidad, y en lo otro falsedad.

Efectivamente, deforman sus rostros, es decir, les hacen perder la forma humana. Hay jactancia por vestidos lujosos, y también por mostrar rostros escuálidos y macilentos. Ni afectada suciedad ni remilgada limpieza, sino guardar el término medio. Para que los hombres vean que ayunan, todo los que hacen es apariencia, pintado de color engañoso. Dice la Glosa. Por parecer diferentes a lo demás, y para que por su propia vileza los llamen superhombres. Ayuna el hipócrita para que le alaben; el avaro, para henchir la bolsa; el justo, para agradar a Dios. En verdad os digo, ya han recibido su paga. Es la paga del prostíbulo, de la que dice Moisés: No prostituyas a tu hija. La hija es la obra. La ponen en el prostíbulo del mundo y reciben la recompensa de ser alabados. Sería insensato el que vendiera un marco de oro por una moneda de plomo. Vende un objeto de gran valor por precio vil quien entrega el bien que hace por granjearse alabanzas de los hombres.

El regocijo de ayunar

Tú, cuando ayunes, úngete la cabeza y lava tu cara. Concuerda con lo que dice Zacarías: Así dice Yahveh de los ejércitos. El ayuno del cuarto mes, y el ayuno del quinto, y el ayuno del séptimo, y el ayuno del décimo se tornarán para la casa de Judá en gozo y regocijo y en festivas solemnidades. La casa de Judá, quiere decir el que confiesa o alaba, son los penitentes, y la confesión de sus pecados es alabanza de Dios. Éstos guardan y deben guardar el ayuno de cuarto mes, porque ayunan de cuatro cosas: de la soberbia del diablo, de la impureza del alma, de la gloria del mundo y de la injuria del prójimo.

Éste es el ayuno que escogí, dice el Señor. El ayuno del quinto consiste en refrenar los cinco sentidos para que no anden en devaneos y placeres ilícitos. El ayuno del séptimo, excluye la codicia terrena. Pues, de la misma manera que se lee que el séptimo día no tiene fin, así la codicia del dinero no tiene fondo ni hartura. El ayuno del décimo es dejar de hacer el mal. El diez es el finar de los números; el que quiera seguir contando tendrá que comenzar por uno a partir de diez.

Se queja el Señor por Malaquías diciendo: Vosotros me estáis robando y decís: ¿En qué te robamos? En los diezmos y en las primicias, es decir, en el mal fin y en el principio de la intención corrompida. Y fijémonos en que pone primero diezmos y después primicias, porque es sobre todo el fin corrompido lo que echa a perder toda la obra que precede. Tal ayuno es para los penitentes, gozo del espíritu, alegría del amor divino y festivas solemnidades de la vida celeste. Esto es ungir la cabeza y lavar la cara. Unge la cabeza quien crece interiormente con la alegría espiritual, lava la cara quien adorna sus obras con la honradez de vida.

No pecar

O también: Tú, cuando ayunes. Hay muchos que ayunan en esta cuaresma, pero siguen en sus pecados. Éstos no ungen la cabeza. Hay tres clases de ungüento: suavizante, corrosivo, punzante. El primero es el recuerdo de la muerte; el segundo, la presencia del juez venidero; el tercero, el infierno. Hay cabezas cubiertas de pústulas, de verrugas y de empeines. Pústula es un tumor de pus en la superficie; verruga es carne de sobra; por eso verrugoso quiere decir superfluo; el empeine es sarna seca, que afea. Estas tres cosas significan la soberbia, la avaricia y la lujuria inveterada. Mas tú, oh soberbio, pon ante los ojos de tu alma que tu cuerpo será ceniza, podredumbre y hedor. ¿Dónde estará entonces aquella soberbia del corazón? ¿Dónde aquella ostentación de riquezas? Entonces cesarán las palabras hinchadas, pues un simple pinchazo de aguja desinflará el balón. Estas cosas, pensadas en lo íntimo del corazón, ungen la cabeza cubierta de pústulas, o sea, humillan al espíritu soberbio.

Y tú, oh avaro, acuérdate del juicio final, donde hay un Juez airado, un verdugo listo para la tortura, demonios que acusan y conciencia que remuerde. Entonces, como dice Ezequiel, tirarán en las calles tu plata, tu oro se tornará en estiércol; no te salvará tu plata ni tu oro el día de la ira de Yahveh. Estas cosas bien pensadas corroen y cortan las verrugas de las cosas superfluas, y las reparten entre los que carecen de lo necesario. Tú, pues, cuando ayunes, te ruego que unjas con este ungüento tu cabeza, para que des al pobre aquello de lo que tú te desprendes.

Y tú, oh lujurioso, acuérdate del fuego inextinguible de la gehena, donde hay muerte sin muerte, fin sin fin; donde buscan la muerte y no la encuentran; donde los condenados se comerán sus lenguas y maldecirán a su Creador. Leña de aquel fuego son las almas de los pecadores; y la enciende el soplo de la ira de Dios. Por eso dice Isaías. Está preparado desde ayer, es decir, desde la eternidad, que para Dios es como el ayer inmediato, el Tofet, es decir, e infierno, profundo y ancho. Su alimento es fuego y mucha leña; el soplo de Yahveh, como torrente de azufre, es el que lo enciende. Éste es el ungüento punzante que cura la inveterada lujuria del alma. Como un clavo se arranca con otro clavo, así estas cosas bien meditadas echan fuera el espíritu de la lujuria. Tú, pues, cuando ayunes, unge tu cabeza con tal ungüento.

La confesión

Lávate la cara. Cuando las mujeres van a salir a la calle, se miran al espejo y se quitan cualquier mancha de la cara lavándose con agua. Mírate tú también en el espejo de la propia conciencia, y si hallas en ella mancha de algún pecado, acércate inmediatamente a la fuente de la confesión. Pues cuando la cara del cuerpo se lava con lágrimas en la confesión, la cara del alma queda esclarecida. Fijémonos en que las lágrimas son claras contra la oscuridad, cálidas contra el frío, saladas contra el hedor del pecado.

Para que no vean los hombres que ayunas. Ayuna para los hombres el que busca atraerse su favor; ayuna para Dios el que se mortifica por amor a Él, y lo que se quita a sí mismo, se lo da a otros. Sino tu Padre que está en lo secreto. Comenta la Glosa. El Padre está dentro por la fe premia lo que se hace en secreto. Debemos, pues, ayunar allí, para que lo vea el Padre. Y es necesario que el que ayuna, ayune de manera que agrade a Aquél que lleva dentro del corazón. Amén.

(Sermón del Miércoles de Ceniza)