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De Nazaret a Belén

Juan el Bautista, el último de los grandes profetas, que une el Antiguo con el Nuevo Testamento, predica que la salvación ya está cerca. Es un momento histórico concreto y el Evangelio quiere explicar las diversas autoridades de la época: el emperador Tiberio, Poncio Pilato, Herodes…

De Nazaret a Belén, este no queda muy distante de Jerusalén, y para un creyente cristiano Belén evoca no sólo una ciudad interesante desde el punto de vista turístico, sino una cuna, un Niño, un grandioso acontecimiento. Allí comenzó a ser realidad que, “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Por ello: “Esta noche la esperanza, pone en el fiel la balanza. Maceta para el clavel: un pesebre de Belén; en pajas que son armiño, jugando a llorar, un Niño; recia trocada de fe: el corazón de José; manantial de poesía: la Pureza de María. Esta noche, los humanos, se sienten, con gozo hermanos…” (Del poeta de Calatayud, Ángel Raimundo Sierra).

De Nazaret a Belén, vemos, creemos, que el Hijo de Dios engendrado desde la eternidad por el Padre, y a la vez nacido de un alumbramiento humano, sin intervención de varón, no estimó indigna de su majestad la condición de infante evolucionando con el tiempo hasta la condición de hombre perfecto.

Nuestros orígenes

En navidad mientras adoramos el nacimiento de nuestro Salvador, celebramos a la vez nuestros orígenes. El nacimiento de Jesucristo es el origen del pueblo cristiano, y el aniversario del nacimiento de la cabeza, Cristo, es también el aniversario del cuerpo, nosotros. Por eso es Navidad es milenariamente, la gran fiesta del año. Las fiestas más características del Señor quedan ya, en el siglo IV, agrupadas en torno a dos ciclos: la Navidad y la Pascua. La Navidad aparece atestiguada, el 25 de diciembre, en Roma, el año 336, de donde pasó a Constantinopla, extendiéndose rápidamente a toda la Iglesia de Oriente y Occidente.

La liturgia de Navidad canta con gozo: “Nos ha nacido un Niño”. Los niños traen siempre algo de fresco y nuevo a nuestra vida. El niño de belén nos invita a ir por el mundo como los niños, con mensaje de optimismo, de sencillez y de paz. Creer en la Navidad es hacer algo para que los hombres se sientan más próximos y hermanos.

Tal vez, “la sonrisa del Niño Dios, el angélico brillo de sus ojos, conmueva nuestro pecho, conduzca el corazón a la ternura y sepamos que un niño puede ablandar el ceño más arisco cuando extiende sus brazos y les pide a los nuestros el arrullo.” (Guillermo Gudel).

Y un arrullo son estos versos de Juan Ramón Jiménez. “Jesús, el dulce, que viene… ¡Oh, que pureza tiene la luna en el sendero! Palacios, catedrales, tienden la luz de sus cristales insomnes en la sombra dura y fría… Más la celeste melodía suena fuera…celeste primavera que la nieve, al pasar ablanda, deshace, y deja atrás eterna calma… ¡Señor del cielo, nace esta vez en mi alma! Amén”.