Usted está aquí

Custodios del matrimonio

Existen muchos refranes alrededor del hombre y su vida conyugal. Hay un dicho popular que dice que cuando contraes matrimonio con alguien lo haces también con su familia. Cuando vi a mi marido por primera vez supe que me iba a casar con él. Había algo en su actitud que me hacía sentir “en casa.” Su cercanía me transmitía la paz que uno puede sentir bajo su propio techo. Pasaron muchos años de esa experiencia hasta que logre llevarlo al Altar. Ese día entendí que Dios ya nos tenía planeados como marido y mujer. Ahora bien, ¿cómo esperar ese momento? Con confianza y paciencia.

Siempre hay uno que descubre primero al otro. Uno que siente la señal, la certeza es inminente y no existen dudas. Es a esa señal que podríamos llamar la Gracia de Dios, de ver con claridad, de encontrar finalmente la puerta del sendero correcto. Pero como esto es de a dos ¿cuál es el secreto para que dos almas se unan? Puede ser un proceso más largo o más corto, pero proceso al fin, inevitablemente necesario, donde se van uniendo las piezas del rompecabezas. Puede llevar años o meses, pero el tiempo de la certeza para ambos conecta en el momento indicado, si es que así Dios lo tenía proyectado, y es el día en que los contrayentes manifiestan su compromiso ante Dios y testigos en el Altar.

Puntos de conexión

Hay puntos de conexión con el otro, que se pueden detectar fácilmente, y que a uno le resultan sumamente atractivos o dignos de admirar. Un punto clave es la familia.

Viene a colación el siguiente pasaje del Evangelio de San Lucas: “En aquel tiempo decía Jesús a sus discípulos: No hay árbol bueno que dé fruto malo y, a la inversa, no hay árbol malo que dé fruto bueno. Cada árbol se conoce por su fruto. (…) Es semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca. Al sobrevenir una inundación, rompió el torrente contra aquella

casa, pero no pudo destruirla por estar bien edificada. (…)” (Lc 6, 43-49)a familia del ahora padre de mis hijos, conserva una casa que ha visto pasar a ocho generaciones. Su primer antepasado en esas tierras, en forma literal, puso los cimientos sobre roca. Y no solo en forma tangible, sino también en un ejemplo de continuidad.

En este sentido, a fin de conocer a alguien, es fundamental preguntarnos si es fruto de árbol bueno. He aquí la respuesta al refrán popular introductorio de este artículo, porque el árbol se conoce por su fruto. Apreciar la familia política es combustible para el matrimonio, es calidad de educación para los hijos. Todos traemos con nosotros características de nuestra familia de origen, creencias, tradiciones, costumbres. Cuando un matrimonio se consolida con estas bases similares es cuando la armonía familiar funciona, hablo de armonía y estabilidad que no tienen nada que envidiarle a la perfección. Empecé estas líneas en el comedor donde, hace ocho generaciones puso firmes cimientos un esforzado irlandés, tatarabuelo de mi suegra. Las almas generosas que han pasado por esta casa velan por nosotros desde el Cielo.

Cena romántica en casa

No hace mucho, después de un largo viaje, en este mismo comedor, donde escribo, nuestros hijos nos ofrecieron una cena. Querían que disfrutásemos como si fuera la primera “cita”. Prepararon todo con primor, manteles, vajilla, flores, un par de candelabros para dar más intimidad, un buen vino y una comida hecha con mucho amor. Sólo nos pusieron una condición: que conversáramos sobre cualquier tema menos de dinero o trabajo.

Su iniciativa nos conmovió. Ese gesto tan original me mostró su empeño en proteger nuestro matrimonio.

Sentí una gran alegría, porque si bien es verdad que el matrimonio se nutre de arriba hacia abajo, por los mayores, siendo raíces del árbol viejo, aportando sus consejos o su oído para escuchar, su solidaridad, su tiempo, su cariño, no es menos cierto que se nutre de abajo hacia arriba, de los nuevos frutos, quienes intuyen que mamá y papá tienen que disfrutar el tiempo juntos.