El bien, la verdad y la belleza (Bonum, verum, et pulchrum) son términos filosóficos que se refieren a los tres trascendentales del ser, según la filosofía escolástica, incluyendo Santo Tomás de Aquino. Estos tres trascendentales, junto con el unum (la unidad), son atributos fundamentales que se aplican a todas las cosas que son, y se entienden como inherentes al ser mismo.
Cuando la belleza -que es reflejo de Dios- desaparece de nuestro entorno, el alma se acostumbra a lo disonante, a lo grotesco, a lo sin forma. Ya no duele la dureza, no conmueve la armonía. Y si la belleza es reflejo del mundo celestial, la fealdad lo es del inframundo, del mundo de las tinieblas.
Por ejemplo, ¿qué sentido tienen esos aterradores tatuajes en el cuerpo de tantos jóvenes, y no tan jóvenes? El cuerpo humano debe respetarse.
Esta ceguera estética no es trivial. Es reflejo de una cultura que ha perdido el sentido de lo sagrado, y por tanto también el deseo de lo bueno y verdadero. Recuperar la belleza no es elitismo: es recuperar el rostro de Dios en las cosas sencillas, limpias, ordenadas, luminosas. Porque el alma que se abre a la belleza, se eleva.