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Con el debido respeto −Reflexión sobre la vida y la muerte−

Escritor

La ruptura del hilo que nos une a la vida nos aterroriza. A la afirmación de Valente: “escasa es, digo con gentil tristeza, la ya marchita gloria del difunto.”, añadiría, la gloria, en general, es atributo puntual que el ser humano pierde con el paso de los años. Atesores acciones descollantes o hayas logrado hitos, por otros inalcanzables, comprobarás que el tiempo los ha ido borrando del recuerdo colectivo. A la llamada de la muerte irás tan desnudo como al mundo llegaste. Tan sólo, como siempre estuviste.
La mano grande, huesuda, deforme y agrietada, asoma por encima del embozo de la cama de hospital. Su extravagante figura en la sobrecama blanca parece hablar al visitante. Con mayor o menor fortuna recorrieron un camino trazado de antemano. Debían abandonar el lecho en el que habían nacido, marchar sin una lágrima, sin que el dolor les oprimiera las entrañas. Caminar tras una inconcreta promesa. Derrotar al hambre mientras alimentaban sueños. Nunca escatimaron esfuerzos. Tras una guerra en la que perdieron lo poco que poseían. No se les permitía mirar hacia atrás o a los costados de la polvorienta carretera. ¡Al final estaba la victoria! Pero ¿qué es la victoria? Cuando se huye de la pobreza no se busca la victoria, se anhela el olor de un trozo de pan y la tranquila brisa de una tranquila tarde. La realidad destroza la poesía.
El futuro
Construyeron el futuro con el sudor de sus magros cuerpos. Rodeados por la tierra negra batida por el viento, la noche fría, la soledad y la inquina. Diez horas en un edificio, ora helado, ora ardiente. Rodeados de personas desconocidas, tiznados por el carbón, por máquinas que gritan como monstruos. Dos horas de viaje; una de ida, de regreso, otra. Lluvia pertinaz. Las ligeras alpargatas convertidas en pesadas panchas que se adherían al barro y que sólo servían para meter el temporal en los huesos. Dolor permanente en sus articulaciones. 
Los años transcurrieron lentamente, fundaron familias. Los hijos crecieron, se pusieron a trabajar y tuvieron, a su vez, niños. La paz es bella, tranquila, aburrida… Pero de puro empalagosa merece ser vivida.
La quiebra del Sistema pasmó sus corazones. Nadie era capaz de explicar lo sucedido. Se habían jubilado. La retribución había menguado, pero sumada a sus ahorros, les permitía vivir con la donosura que jamás se hubieran atrevido a soñar. Las familias de sus hijos crecían. De vez en cuando la melancolía embargaba sus pechos. Nunca se quejaban. La vida no dejaba de cumplir sus promesas. El mundo era cada día más bello. Cuando la crisis apareció, quienes gobernaban, la anunciaron corta. Lo que sucedió les quitó la razón. Los principios por los que la Sociedad se regía desaparecieron de un día para otro. Las fábricas cerraron. Muchas tiendas dejaron de levantar sus persianas. No se podían pagar las hipotecas y el paro no dejaba de crecer. Era como si la bóveda del cielo se hubiera derruido sobre los verdes campos. El caos y la confusión sustituyeron al orden.
Familia y mayores
Un buen día, sus hijos llamaron a su puerta, buscaban ayuda. No dudaron un instante, acordaron repartirse sus magros ingresos. Al fin y al cabo, el problema sería temporal. Era, como si por un momento, regresaran a su juvenil lucha. Estaban preparados, no era su primera vez.
El tiempo transcurrió lentamente. Con esfuerzo recuperaron la esperanza. Nunca volvió a ser como al inicio. Los nuevos trabajos tenían mínimas retribuciones y largas jornadas. Esa nueva organización les obligaba a pasear a los nietos, a aumentar el apoyo a sus hijos, ya cansados de la brega diaria. Nunca les negaron su apoyo.
Cuando llegó la extraña pandemia regresaron las negras nubes, el frío de la noche, los terrores y las angustiosas señales de una incierta muerte. No la temían, pero se habían acostumbrado a vivir. La fe y la confianza en su dilatada experiencia les hacía optimistas ante el nuevo reto. 
Algunos comenzaron a decir que los ancianos no podrían superar la dureza de los tratamientos que había que realizar en las UVI. Recordé Grecia, lugar en el que la prudencia y la sabiduría se alineaban con la edad longeva. Donde se elegía a los rectores de las ciudades-estado por la edad, porque ésta, se consideraba un mérito entre los ciudadanos. Recuerdo el poema que Pere March escribiera en el siglo XIV (1) . Reproduzco parte de una estrofa. Suficiente, en mi opinión, para honrar a quienes pasaron su vida trabajando honestamente. Se han hecho tan fuertes que la muerte ha decidido concederles algo más de vida. 
 “De todo corazón tendríamos que advertir
 que el estado del hombre siempre cambia,
 que el rico baja y el bajo alcanza la riqueza,
 el fuerte se debilita y el débil sabe fortalecerse,
 y al joven sano el dolor con rapidez le persigue
 y muere tan fácilmente como el viejo sin fuerzas;
 el viejo, de su gato hace un león,
 y piensa poco en la muerte que le amenaza.

(1) Escrito en el siglo XIV con el título: “En el momento que se nace, se comienza a morir…”  (Locus Amoenus). Antología de la lírica Medieval de la Península Ibérica. Galaxia Gutenberg. Barcelona 2009.