A estas alturas, la figura del Papa Francisco resulta más que “reconocida” o “famosa”: para muchos, creyentes o no, es alguien digno de estima e incluso de admiración. Se multiplican por Internet las imágenes suyas abrazando a enfermos, acogiendo a los pobres y rezando en cualquier lugar y a cualquier hora.

La noticia salió hace unos días en los principales medios de comunicación del mundo: “El Papa Francisco ha decidido apartar provisionalmente de la diócesis alemana de Limburg al obispo Franz-Peter Tebartz-van Elst, de 53 años, popularmente conocido como 'el obispo del lujo' y ampliamente criticado por la estratosférica cantidad de dinero (31 millones de euros, frente a los 5,5 presupuestados inicialmente) que se ha gastado en reestructurar la sede del arzobispado, donde se encuentra también su residencia privada. Sólo por la bañera de su cuarto de baño personal ha pagado 15.000 euros”.

Cada vez son más los países que se unen a la corriente moderna de incluir en el concepto de “matrimonio” a las uniones entre homosexuales. En realidad, la polémica surge más por ignorancia que por otra cosa. Por eso, creo que basta con aclarar algunos puntos antes de exponer la conclusión, algo que haré en las próximas líneas.

Varios periódicos y medios de comunicación se hicieron eco recientemente una noticia falsa: “El Papa emérito Benedicto XVI tuvo una experiencia mística en la que el Señor le hizo nacer un deseo absoluto de quedarse solo en oración con Él”. Dicho en otras palabras, Benedicto XVI renunció a la cátedra de San Pedro porque un ángel, o algo similar, bajó del cielo y se lo pidió.

Nadie escapa al transcurso del tiempo. Creo que uno de los pasos más difíciles y decisivos en la vida de toda persona sobreviene en el cambio de la adolescencia a la juventud.

Recuerdo que cuando viví en Estados Unidos, hace no muchos meses, la hija de la familia con la que vivía, que apenas contaría 15 años, se escribía constantemente por teléfono con su novio. Tras ganarme su confianza, le pregunté cuántos mensajes le enviaba a él en promedio.

Tal vez sea casualidad que hace un par de meses disertara en esta sección sobre la madre de las virtudes, la paciencia, y que ahora desee centrarme en otra de casi la misma importancia: la pobreza.