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Camino de Marruecos

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De allí, según la tradición más extendida, cuando los vientos favorables se lo permitieron, San Antonio movido por su vocación evangelizadora se encaminó al Norte de África por vía marítima.

No obstante, otra tradición apunta a la vía terrestre, por el Sur de Portugal y de España, internándose en tierras moras, para llegar a la Sevilla musulmana y de allí embarcar rumbo a Marruecos.

Fue ese el itinerario escogido por los santos mártires de Marruecos, hace ahora justamente ochocientos años. En efecto, los santos franciscanos Vital (retenido por enfermedad en el Reino de Aragón), Berardo, Pedro, Adjunto, Otón y Acurcio habían salido de Italia en 1219, rumbo a Portugal, con el deseo de llegar al corazón del Califato Almohade en la Península, Sevilla.

Llegados a Coímbra, donde fueron recibidos por la reina doña Urraca, los frailes continuaron hacia Alenquer, en donde se presentaron a la infanta doña Sancha. Ésta, viéndolos con hábito franciscano, les consiguió ropas comunes, pues de otra manera no conseguirían llegar a su destino. Prosiguiendo su viaje, tras llegar a Lisboa, habrán alcanzado Alcácer do Sal, recién reconquistada en 1217, y de allí hacia Évora para cruzar la “frontera”, aprovechando el periodo de treguas que la victoria cristiana en la batalla de las Navas de Tolosa, cinco años antes, había impuesto al califato. Ya

en tierra de moros, tal vez hayan pasado por Almonaster la Real, con su imponente mezquita que aún hoy se conserva, construida sobre los restos de una basílica visigoda del siglo VI.

Ya en Sevilla, los franciscanos se hospedaron durante una semana en la casa de un cristiano. Al cabo de ésta, volvieron a vestir sus hábitos y se plantaron ante la mezquita principal, justamente el día de la fiesta islámica, para comenzar a predicar la doctrina de Jesús. Después, se dirigieron al mismo Alcázar con la intención de convertir al Califa, siendo entonces apresados y, con toda probabilidad,

encerrados en las mazmorras de la recién erguida Torre del Oro, a orillas del Guadalquivir. Condenados a muerte, el hijo del califa convenció a su padre para, en lugar de ejecutar la sentencia –que podría ocasionar serias tensiones con los reinos cristianos— enviarlos deportados a Marruecos. Los enviaron con don Pedro de Castro, caballero castellano que en esos días aguardaba embarcar para colocarse a las órdenes del Miramamolín almohade de Marruecos.

Siendo el testimonio de Fe de estos Santos Mártires lo que movió al joven Fernando a profesar como franciscano, para entregar también él su vida predicando el Evangelio, no es difícil imaginar que procuró seguir sus pasos, incluso en el itinerario. En compañía del hermano fray Felipe, San Antonio habría conocido así la imponente Sevilla, capital del Al Ándalus Almohade, que sería reconquistada veintiocho años después, por el muy noble y santo rey don Fernando de Castilla y León. Tal como sus precursores en la misión, los dos frailes, acogidos en casa de algún cristiano mozárabe, habrán recorrido las bulliciosas calles de la ciudad, contemplando las fuertes torres y murallas que protegían

el grandioso alcázar.

Finalmente, habrán llegado al Reino Benimerín de Algeciras, puerta de entrada de África, donde ante las Columnas de Hércules de la mitología griega, con la roca de Gibraltar de un lado y el monte Hacho del otro, vislumbrarían en el horizonte la tierra que deseaban les elevase a la gloria del martirio.