Usted está aquí

Benjamín

San Josemaría nos recomendaba que, cuando leyéramos los Evangelios, nos convirtiésemos en un personaje más y viviéramos aquellas escenas en vez de leerlas con frialdad y distanciamiento. También mi abuela, al contarnos historias, inventaba detalles no escritos y los justificaba  con una frase italiana (¿de dónde la habría sacado?) “si non è vero è ben trovato”. Imitando a la abuela voy a describir la vida de un joven, Benjamín, y de su amigo Rubén, compatibles o complementarias de los relatos históricos descritos en los Libros Sagrados.

Encuadramiento escénico: Caná

Benjamín era un chico pobre, hijo único de una mujer viuda, Noemí, y se desplazaba desde la ciudad de Naím en Galilea hasta Cafarnaún, a orillas del mar de Tiberíades, para trabajar algunas jornadas con los pescadores de aquel lago (los Zebedeos o el equipo que formaban Simón y Andrés). Solía cenar y dormir algunas noches en casa de Simón, y los amos le pagaban con unos denarios y unos peces, cuando se volvía a Naím para estar con su madre. Rubén, en cambio, era de Caná de Galilea, pero sus andanzas resultaban similares y paralelas a las de Benjamín.

Como en Caná iban a celebrarse unas bodas de unos amigos de Rubén, éste fue contratado como sirviente y, al ver que aún faltaban más brazos, también aceptaron los servicios de su amigo Benjamín. A aquella fiesta acudieron, como ya sabemos, la madre de Jesús, María, y el propio Jesús con los primeros discípulos. Benjamín encontraba en la mirada del Maestro un “no sé qué” extraordinario que lo atraía a la vez con fuerza y suavidad. Durante los días de la celebración él se encargaba de sacar el vino de los odres. Pronto se dio cuenta de que empezaba a escasear y no iba a llegar hasta el final de las fiestas. María también lo advirtió y fue a comunicarlo a su Hijo.

Cuando éste les indicó que llenasen de agua las famosas tinajas, el muchacho lo hizo con empeño y no paró en sacar agua del pozo y verterla en aquellas vasijas hasta que casi rebosaban. Jesús dedicó una sonrisa de agradecimiento a Benjamín y le ordenó que tomase una muestra para presentarla al maestresala. El muchacho cumplió el encargo con diligencia, consciente de que protagonizaba un episodio nuevo en la historia de su patria ¡su agua vulgar se había convertido en un  vino  excelente!

Enfermedad y muerte de Benjamín

Los dos amigos, terminadas las fiestas, separaron sus destinos: Rubén decidió quedarse, acompañando a los discípulos del Mesías, y Benjamín, que no se encontraba nada bien, se volvió a Naím, para intentar reponerse al lado de su madre. Pero aquella súbita enfermedad se fue agravando hasta el punto de que al final le sobrevino la muerte.

Jesús, que lógicamente lo sabía, yendo camino de Jerusalén, se dejó caer por Naím, con tal precisión que su comitiva y la que iba a enterrar al muchacho se tropezaron en las proximidades del pueblo. El resto ya lo sabemos. Jesús, al ver a la pobre viuda desconsolada, paró la comitiva fúnebre, tocó el féretro y dijo con voz enérgica al joven muerto: “¡Muchacho, contigo hablo, levántate!”. Benjamín se sentó en las parihuelas que lo transportaban y empezó a hablar. La sorpresa y el agradecimiento subsiguiente de Noemí y de los vecinos del pueblo fueron inmensos, indescriptibles. El joven, al volver a la vida y reconocer al Mesías, pidió a su madre quedarse en la comitiva del Señor, para ser discípulo suyo, y Noemí, no sólo lo aceptó agradecida sino que, a falta de ocupaciones más útiles en el pueblo, pidió a la Virgen María incorporarse también ella al grupo de mujeres que seguían al Maestro. Les informó que no era rica como María Magdalena o Juana, la mujer de Cuza, pero que gustosamente les lavaría y cosería las ropas, prepararía las comidas y obedecería en cuánto le mandasen. María no le dejó terminar la oferta sino que sonriendo la abrazó y aceptó, comentándole que así viviría más cerca del hijo recuperado.

Multiplicación de los panes y los peces

La comitiva del Señor tuvo un encuentro prolongado con una multitud de más de cinco mil hombres – sin contar mujeres y niños - en un descampado al otro lado del mar de Tiberíades y los Apóstoles rogaron al Maestro que los despidiera antes de la noche, para que buscasen  sustento y acomodo en las aldeas vecinas. Jesús les replicó: “Dadles vosotros de comer”.... Aquí la previsión de Noemí resultó patente (Benjamín tenía cinco panes de cebada y dos peces). Su amigo y patrono de pesca, Andrés, se lo dijo a Jesús; el chico le ofreció gustoso las viandas propias y con ellas hubo una cena sobreabundante para toda aquella multitud. La sobriedad y pobreza del Señor resultó evidente cuando mandó recoger los pedazos sobrantes y llenaron doce cestos con los trozos de aquellos panes.

Misión de los setenta y dos discípulos

Que Benjamín y su amigo Rubén iban captando la doctrina del Maestro y se identificaban con ella lo demuestra el hecho de que, cuando Jesús hizo grupos de dos en dos y decidió enviar a los discípulos a las ciudades vecinas, ellos formaron uno de esos grupos que predicaron la Buena Nueva, curaron enfermos, ciegos, sordos y tullidos, arrojaron demonios y volvieron entusiasmados de su labor evangelizadora. Al contarle al Señor esos detalles, Jesús se entusiasmó y comentó gozoso: “Yo veía caer a Satanás del cielo como un rayo”.

Comentario final

Podríamos seguir a Benjamín en los diversos avatares de la vida pública de Jesús pero creo que es preferible que mis lectores vayan adivinándolos por su cuenta y recreándolos en su oración personal; seguro que serán más hermosos y emotivos que los que yo les he anticipado en esta breve reseña. Porque ¿quién de nosotros no puede convertirse en un nuevo Benjamín?