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Aniversario

La crisis que nos afecta actualmente, ha sobrepasado, hace tiempo, los límites clásicos del problema económico para convertirse en una cuestión institucional, moral, social y religiosa. Nos hallamos ante un asunto que afecta a nuestro Sistema de Vida, al mundo que hemos conocido. A partir de este momento, nada volverá a ser como antes, no sé, si mejor o peor, sí, diferente.

Sin embargo, sería alarmista y presuntuoso, afirmar que estamos ante, la primera o la última, crisis sistémica de la humanidad. A lo largo de su existencia, el hombre se ha visto obligado a enfrentarse a situaciones, tan difíciles o más, que, a la que en este momento, se presenta ante nosotros. Crisis ha habido, en las que nuestros antepasados, estaban convencidos de enfrentarse a la llegada del fin del mundo. Creyeron ver cabalgar, por el horizonte, en los amaneceres rojizos, a los “Cuatro Jinetes del Apocalipsis”. A pesar de todo, pasados los malos momentos, el sol volvió a salir, los campos se calentaron y el grano volvió a germinar. Las frutas maduraron en los árboles, los pájaros entonaron sus cantos y los niños olvidaron los llantos de sus progenitores.

Aunque, a veces, la Humanidad ha estado convencida de que caminaba hacia el Armagedón, a luchar contra Gog y Magog, la noche ha pasado, como, a buen seguro, pasará esta vez y el día ha regresado, para mostrar su plenitud.

Concilio Vaticano II

Antes de que comenzara el Concilio Vaticano II, el 11 de octubre de 1962[1], Juan XXIII, acudió a rezar a la Virgen de Loreto. Al salir del oratorio, pronunció su poético “Discurso a la luna”. Nadie puede concretar el contenido de aquella charla, pero, propongo, que dejemos vagar nuestra imaginación, aventurar que le contaría un hombre bueno a la vigilante de la noche.

Hubo un tiempo, hace muchísimos años, en el que la tierra y la luna materializaban la esperanza del hombre. La acción conjunta de ambas, unida a la fuerza del sol, representaba la fertilidad. Ese milagro que, basado en las leyes naturales, hacía real la promesa que hiciera Dios a la humanidad. La germinación de las semillas era la fórmula que proveía, de la, necesaria alimentación, al hombre, todavía,  a pesar de su orgullo, una criatura indefensa.

En momentos en los que la peste, la hambruna, la sequía, la enfermedad o la guerra, la injusticia o la tiranía, hacen presa en el ser humano, sólo la tierra puede acabar con su hambre y su sed. La tierra hace que los sueños se cumplan, la paz bendiga a los hogares y la tranquila felicidad, se instale entre los pueblos. En ese momento, el horizonte humano se extiende hasta el cielo.

La luna es mucho más que la luz que alumbra nuestros caminos materiales durante las oscuras y temibles noches. Cuenta la Historia, que los antiguos caravaneros que se desplazaban por el desierto para llevar sus mercancías a otros mundos, a diferentes civilizaciones, amaban a la luna, que, además de luz, les daba compañía y les alejaba de las pesadillas que atacan al hombre en la soledad. Por eso, la dedicaban bellas canciones de amor. La luna era su compañera, pero también, su cómplice, su amiga, la vigilante de sus sueños. Ella, les traía recuerdos de la casa y la familia que habían dejado, la que les aguardaría a su regreso. La evocación les daba fuerzas, varios de los protagonistas del Antiguo Testamento fueron comerciantes, caravaneros, transportistas, muchos de ellos, debieron ver a la luna como una amiga tolerante, poética, hermosa, silenciosa y lejana.

En el árido desierto que atravesamos en estos momentos, en el mundo materialista y hostil en el que vivimos, el dialogo de Juan XXIII con la luna, es presagio de ilusión. Como en el caso de nuestros caravaneros, el Concilio Vaticano, se dedicó a potenciar el diálogo con todos, con los iguales y con los diferentes, el diálogo siempre, en cualquier circunstancia, sin limitación. El diálogo como herramienta para la solución de los conflictos, para la construcción de nuevas realidades. Es posible que en esa última y definitiva lección que nos brindaron los Padres Conciliares, pudiéramos encontrar solución a muchos de los problemas que asolan nuestra Sociedad. El diálogo, la justicia y el amor, bellas palabras que forman parte del ADN de los cristianos, del ADN humano.

“Dignitatis Humanae”

En uno de los grandes documentos que se aprobaron durante el Concilio Vaticano II, “Dignitatis Humanae”, los Padres de la Iglesia, hablaban de “los derechos inviolables de la persona humana” y “sobre el ordenamiento jurídico de la Sociedad”. “A nadie, dice el documento, se le puede obligar a actuar contra su conciencia”, “ni impedir, que actúe conforme a ella”. Hoy, que, día sí, día también, los medios de comunicación nos hablan de derechos pisoteados, gente asesinada, castigada, aprisionada, por no querer practicar determinados ritos o mantener costumbres y tradiciones que insultan la dignidad humana, se hace necesario revitalizar algunos de los documentos que los Santos Padres aprobaron en aquel Concilio, clausurado, ante más de 2.500 obispos, por Pablo VI, en 1965.

Recuperar aquellas enseñanzas es retomar el diálogo con la luna, hablar de tolerancia, paz, justicia y amor. Hablar de un mundo que hay que recuperar con urgencia, porque nunca debió dejar de existir. Puede, que esta sea una manera de derrotar a Gog[2] y a Magog y comenzar un nuevo ciclo.


[1] Recientemente se han cumplido cincuenta años, una buena perspectiva para reflexionar sobre los documentos que, en él, se aprobaron.

[2] Personaje multimillonario aburrido de la vida de negocios (Libro “Gog” de Papini)